sábado, 23 de enero de 2010

Todavía tanto por hacer

- Te confieso que hoy, me he emocionado de verdad.

Al parecer, te interesa lo que cuente y adoptas una postura cómoda mientras esperas que te aclare el origen de mi emoción sincera. Metes la mano en el bolsillo y extraes algo que al pronto me parece una cajetilla de cigarrillos… Pero no, no es eso. Rebuscas en su interior y me percato de que son caramelos, cuando introduces uno en tu boca. “¿Cuándo has dejado de fumar?”, me pregunto perplejo ante lo que considero un firme propósito concebido con el inicio del nuevo año. Pareces no notar mi presencia, ya que te concentras en paladear el dulce mientras te acomodas con verdadera parsimonia.

Al fin, ya rendida por completo tu atención, me miras y arqueas una ceja invitándome a contarte de una vez lo que me ha emocionado tanto.
- La SGAE, por boca de Caco Senante, ha donado 20.000 € destinados a Cruz Roja, en un programa especial de televisión cuyo objetivo era recaudar fondos para los damnificados por el terremoto de Haití…

Tu respuesta me coge desprevenido, porque lo que esperaba, era algo bien distinto; no sé qué, pero diferente:
- “…Eso es que quieren hacer un lavado público de imagen, al tiempo que dejan entrever que el dinero que no se llevan los piratas musicales de internet, lo destinan a causas humanitarias”.
Y te concentras de nuevo en paladear el sabroso caramelo.

- Probablemente...
Así. Como sin querer entrar en una discusión porque te juro, que ver cómo las palas excavadoras recogen los cadáveres y los amontonan como si no fueran seres humanos llenos de vida hace tan solo unas horas, con algunos sueños por realizar, me ha sobrecogido el alma.
- Sin embargo –como contraviniendo mi primera afirmación- pese a ser un buen gesto, no me ha pasado por alto la propaganda que se hacía del hecho, que ha sido anunciado con toda la pompa que se le suele dar a este tipo de acciones.

Al parecer, estás en disposición de seguir escuchándome porque has dejado de darle vueltas en la boca al caramelo –“¿es que será de piedra y no se desgasta nunca…?”- y me observas con atención a la espera de que prosiga.

- A mí, ya lo sabes, siempre me ha gustado que lo que hace la mano izquierda no lo sepa la derecha… ¡Y no! No me refiero a ideologías políticas. Quiero decir que me gusta más escuchar que alguien prefiere no dar su nombre pero sí una suculenta suma, a escuchar el nombre y los apellidos de quien sólo persigue comprar el agradecimiento con una mísera cantidad del mucho dinero que tiene... Aunque esa miseria sea muy generosa.

Porque no parezca que te preocupa más el caramelo que lo que te cuento, o por lo que sea, afirmas convencido con la cabeza mientras tus labios se contraen en una expresión pensativa y tu mirada se pierde en la lejanía.
Espero paciente tu reflexión, porque ya estoy convencido de que estás cocinando algunas ideas. Al fin, murmuras que “éste es el momento de que los artistas promuevan conciertos benéficos en todos los lugares del mundo, porque va a hacer falta mucha generosidad humana para paliar un poco el desastre generado por la Naturaleza…”.

Vuelves a enfrascarte en marear tu caramelo y yo pienso en lo acertado de tus palabras.
- Si queremos, podemos; pero aunque estoy de acuerdo contigo, no necesitamos pagar para ver a unos cantantes en un escenario, sino que podemos hacer sin más lo que nos dicta el corazón... Sin que nos remuevan la conciencia desde una tribuna.

Te encierras en un solemne silencio y yo me afano en deshilvanar la maraña de mis pensamientos.
Y sin aviso previo, me asalta de pronto el recuerdo de algo que leí, pero a cuyo autor he olvidado:
"Tanto das, tanto eres… Y tanto eres, tanto vales”.
Las buenas ideas perduran en el tiempo como una huella profunda e imborrable, aunque haya desaparecido el pie que la formó.

Hoy es por Haití.
Mañana,…

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Cada uno es dueño y esclavo de su miedo

Te confieso que verte con mascarilla me ha impresionado… Y también que, en contra de nuestra costumbre de años no hayas querido darme la mano para saludarnos como todos los días.

Pero no me sorprenden tanto esos detalles, como el hecho de que provengan de un hombre bien informado. Sé lo que motiva tantas precauciones por tu parte, pero te hago notar que probablemente todos nos hayamos vuelto paranoicos.

Pese a que todos los días nos estén bombardeando desde los informativos con nuevas muertes de personas infectadas por la Gripe A, sabemos que la otra, la gripe común, la de cada invierno, indujo más de 8.000 muertes sólo el pasado año.
Observarás que, por goleada, es infinitamente más mortífera hasta el momento aquella que ésta y ningún día de los más fríos del año te negaste a estrecharme la mano anteriormente. Ni que recuerde, te pusiste ninguna vacuna para prevenirla.

Pero te comprendo en parte ya que parece que la psicosis es colectiva. Hay empresas que quieren proveer a sus trabajadores de ordenadores portátiles para que no asomen la nariz por el trabajo para evitar infecciones; la idea me parece fantástica pero para todo el año, así que, a ver si se propaga más deprisa que la gripe, porque trabajar en casa tiene que ser menos estresante y a la postre más productivo.

Pero lo que de verdad me ha matao es que los bancos nos inviten a hacer nuestras gestiones por teléfono o por internet… ¡Ah no! ¡Eso sí que no! Si tienen mi dinero, me van a tener que seguir atendiendo en la oficina y si quieren hacer como tú, que se pongan mascarilla ¡y guantes!, que quienes tocan más dinero son ellos y ya sabemos que el dinero es una fuente segura de propagación de gérmenes… ¡Como que se han creído que les voy a facilitar que despidan gente de ventanilla por hacer yo mis gestiones sin ir a la oficina!
Ya lo hicieron las petroleras, que nos obligan a poner el combustible y encima lo cobran más caro.

Otra cosa son las medidas que deberán tomar quienes viajen en transporte público o se muevan entre grandes aglomeraciones de gente. Parece adecuado que se protejan nariz y boca.
Te ríes bajo la mascarilla y te confieso que me gusta, porque así es como hay que tomarse la vida: no como un chiste, pero sí con optimismo. Aunque te aseguro que seguiré tomando las mismas medidas de antes de que apareciera esta fiebre (cubrirme la cara cuando tosa o estornude, mantener una cierta distancia entre mi interlocutor y yo –ya sabes, por lo de las gotitas de saliva al hablar- y lavarme las manos con frecuencia), no negaré mi mano a quien me la pida ofreciéndome la suya. Y si luego me las tengo que lavar por si acaso, pues me las lavo y se acabó.
¡Y quítate la mascarilla, por Dios, que me estás poniendo enfermo!

Sobre la grupa del H1N1 cabalga uno de los más pingües negocios para los laboratorios farmacéuticos, que no están ahí para salvar gratis a la Humanidad, desengáñate, sino para forrarse de forma descarada a su costa.

Yo lo tengo clarísimo: no me pongo la vacuna a no ser que me pongan una pistola en el pecho. Y según leo, en Alemania, se pondrán dos vacunas distintas: una para la plebe (con sus posibles riesgos secundarios) y otra para la clase privilegiada (incluida la canciller Angela Merkel) y el ejército.

Digo yo, que es evidente que hay riesgos, aunque como siempre, esos quedan reservados a nosotros. La canciller se ha apresurado a decir que se pondrá la misma que todo el mundo, pero ¿quién se cree ahora ese cuento?

Pese a todo, te seguiré ofreciendo mi mano. Si por miedo no la quieres estrechar, será algo que te pierdas, porque la energía que yo te transmita con ese gesto, será mayor que la furia que temes te pueda transmitir un virus cuyos “estragos” están aún por demostrar.

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Otro pueblo elegido

“El verano da para lo que da”, me dices mientras me plantas en la cara una foto de periódico que muestra la imagen en bikini de la vicepresidenta del gobierno, en una playa barcelonesa.
Te respondo que luce mejor tipo que vestida, lo cual resulta sorprendente teniendo en cuenta su edad –la que sea- y unto la reflexión con un comentario sobre su gesto agrio, tal vez debido al hecho de haber tenido que abandonar la playa porque ese día se vio un tiburón merodeando por la misma.

Me miras como si fuera un marciano que acabase de aterrizar y te mofas de mi diciéndome que tal vez me haya dejado caer de ese planeta, aprovechando que la noche pasada ‘Marte estuvo más cerca de la Tierra que nunca’, según ese bulo que cada año en Agosto engatusa a todo aquel dispuesto a creerse lo primero que le digan.

Le atizo un trago largo a mi refresco –no de cola, porque no tengo que conducir y por lo tanto no es preciso que me mantenga despierto- y mientras las burbujas me estallan en la frente, te observo por encima del vaso esperando tu próximo comentario que sé, porque te conozco, no ha de tardar en llegar.

Mueves la cabeza de un lado a otro –atención- y tus ojos se pasean por el diario devorando lo que quiera que sea que no has de tardar en compartir conmigo.
Le doy otro sorbo al refresco y me preparo.
“¡Aquí tienes!” -¿para qué quiero leer el periódico, si tú ya me remarcas los temas de actualidad?- “La reina del pop es abucheada en Bucarest durante un concierto”. Y sigues leyendo en voz baja.

Pienso que por la reina del pop te referirás a Madonna, artista a la que conocí por primera vez en un inmenso póster que Xavi, el hijo de unos buenos amigos, tenía en su dormitorio de adolescente y me da por pensar en qué era más grande: si el inquilino de la estancia –con sus dos metros de estatura- o la foto de la cantante…

Vaticino que tras lo que me digas, esta mujer que nunca me cayó ni bien ni mal, me va a gustar. Como sé que esperas te demuestre mi interés, pregunto: ¿Qué ha hecho esta vez, ‘montarse un concierto con el guitarrista en el escenario?’.

Menos mal que las miradas no matan –al menos las tuyas-, porque habría tenido que presentar la baja por defunción… “¡Ha defendido a los gays y a los gitanos contra el racismo que sufren en Rumanía!”
Ya está: explotaste.
¡Ésta es mi chica! -te digo para templar los ánimos-, pero no sueñes en cambiar el mundo, siempre será igual. Dios aniquiló Sodoma y Gomorra por las prácticas homosexuales de sus habitantes –entre otras cosas- y hasta donde recuerdo, Jesucristo no rompió una lanza en su favor, aunque en cambio sí dijera aquello de ‘poner la otra mejilla’ para erradicar la práctica del ‘ojo por ojo’…

Sus ministros en la Tierra no solamente callan, sino que cuando hablan, lo hacen para herir. ¿Qué esperas de la gente? ¿Un milagro? Lo deseable hubiera sido que el crucificado hubiera defendido a los homosexuales allá donde su Padre no lo hizo…
Y si los defendió, los evangelistas lo callaron por vergüenza... Como está demostrado que callaron otras cosas que no interesaba al negocio que se estaba fraguando y que lleva dos mil años de beneficios.

¡Y qué te digo de los gitanos! Ojalá a un director de cine español le interese algún día dejar de contar historias de la Guerra Civil y nos cuente en imágenes La Gran Redada, esa persecución autorizada en 1749 por el rey de España, Fernando VI, para arrestar y exterminar a todos los gitanos del reino.

Ya ves. Antes que los nazis, fuimos nosotros. España contra otro pueblo elegido. Aunque esta vez, no lo haya sido por Dios. En su honor, te recuerdo lo que dijo Federico García Lorca en el Romancero Gitano: “…El gitano es lo más elemental, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal…”.

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Respiro familiar

Sé a qué te refieres cuando dices, con un amago de tristeza en la voz, que nos estamos deshumanizando. Y añado que, además, también nos estamos desprofesionalizando. Y si malo es lo uno, no lo es menos lo otro.
Con lo primero, nos quedamos vacíos al perder la esencia de lo que nos hace únicos. Con lo segundo, nos volvemos incompetentes para desempeñar el cargo por el que nos pagan, las más de las veces, harto más que bien.

Levantas una ceja y me invitas a que me explique. Te cuento que hace poco, hablaba con una señora mayor a la que dicté una combinación de 20 dígitos que ella anotó de dos en dos, al parecer sin problemas. Cuando le pedí que me los repitiera para comprobar que no se había equivocado, me dijo que eso no podría hacerlo porque es completamente ciega.

La señora vive, parece que sus últimos años, en uno de esos centros de la zona más altiva de Barcelona. Es un lugar al que pido información que me envían literalmente en estos términos:
“…son plazas residenciales en habitaciones dobles y individuales, todas exteriores, con vistas panorámicas, aire acondicionado con termostato individual, televisión con digital Plus, conexión a Internet, teléfono, armario individual con llave, baño geriátrico adaptado, camas articuladas …” “…Las tarifas dependen del tipo de habitación (…) y del tipo de dependencia del residente (válido o asistido). Son desde 2.700 euros hasta 3200 euros (IVA 7% no incluido).” “Estancias temporales o permanentes. Recuperaciones y rehabilitaciones de fracturas. Periodos vacacionales. Respiro familiar”.

Cuentan además con “Personal sanitario con cobertura 24 horas, fisioterapia y rehabilitación, soporte personal y familiar, Trabajador Social, valoración geriátrica individual, programas de estimulación cognitiva, terapia ocupacional y animación, área médica asistida, (…) servicio religioso (capilla), cocina propia, desayuno en habitación, cafetería (con terraza en el porche y acceso a la zona ajardinada), servicio de lavandería, visitas programadas fuera del centro, amplios jardines y terraza solárium, zona de petanca, quiosco de prensa, parking propio, Centro de Día (…)”

En fin, el Paraíso en la Tierra. Pero la señora, que no puede ver y que está pagando entre 2.700 y 3.200 Euros (se supone que al mes) más el 7% de IVA, vuelve a ponerse al teléfono (que ha dejado para buscar ayuda) para decirme que no hay nadie que pueda confirmarme por ella, que lo que ha anotado es lo correcto.

En un centro profesional y especializado, a las 12 del mediodía, NO HAY NADIE que ayude a una invidente a leer un papel.
En cualquier calle del mundo, a cualquier hora del día, una persona ciega pide ayuda para cruzar una calle, bajar unas escaleras, leer un rótulo… Y hay cola por atenderla. Y gratis. Eso es Humanidad, que afortunadamente todavía queda.

Ni te cuento lo que me alegra comprobar que no estás del todo en lo cierto. A esta mujer, que paga una fortuna cada mes (y eso que la paga), nadie la ayuda. ¿Ves a qué me refiero cuando digo que hay un alto grado de incompetencia en algunos mal llamados profesionales? Supongo que te quedas con las ganas de que te diga el nombre de ese paraíso…
¡Para qué! ¡Si fuera uno solo…!

En lugar de eso, te digo que hay muchos más centros en los que esta mujer no habría sufrido ese abandono. Pero como la semilla de la célebre parábola, ha tenido la mala suerte de caer en terreno yermo. De aquí no recogerá cosecha alguna. Lo siento por ella y por todas las personas que como ella, sufren todos los días eso que la publicidad enviada por el centro define como “respiro familiar”.

Apunte (24 horas más tarde): La señora me vuelve a llamar y me pone al habla con una mujer que me repite la numeración de veinte dígitos...

Tal vez fuera por su persistencia en reclamar ayuda, pero, ¿ves como todavía queda alguien que tiene humanidad y profesionalidad al mismo tiempo?
Aún queda un resquicio para la esperanza.

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El mejor amigo del hombre

Te plantas ante mí con el ceño fruncido y el rostro contraído en un rictus furioso, los ojos despidiendo llamaradas que amenazan con incendiar cuanto se cruce en tu camino… Me miras fijamente como si esperaras que yo dijera algo, pero yo me limito a devolverte la mirada en silencio, mientras aguardo a que me cuentes de una vez qué es lo que origina ese ataque de ira que amenaza con reventar las venas de tu cuello, incapaces de dar fluidez al recorrido de tu sangre, seguramente espesa por lo que quiera que sea que te ocurre y que, eso espero, tarde o temprano me contarás porque para eso estás frente mí.

Me dispongo a escucharte con atención, porque algo en mi interior me dice que lo que tengas que contarme, será importante. De otra forma, no tendrías el semblante grave y hosco.

Por fin explotas y comienzas a contarme lo que te pasa… En 2008 se celebró un macroconcierto en Madrid en el que cantaron de forma altruista entre otros, Miguel Bosé, Andy y Lucas, Rosa, Pitingo y David DeMaría. Era un espectáculo a beneficio de tres organizaciones integradas por familias afectadas por ‘enfermedades raras’ -la Asociación de Afectados de Neurofibromatosis, la Asociación Española contra la Leucodistrofia y la Asociación de Esclerosis Tuberosa- que esperaban recaudar fondos para la lucha contra estas enfermedades, pero que no solo no consiguieron beneficios sino que tuvieron pérdidas…

Haces una pausa y me miras a la espera de un comentario por mi parte que no llega, porque prefiero que continúes y me digas finalmente lo que te ha ofendido tanto.

…Pero lo triste -prosigues- no es solamente que los organizadores tuvieran pérdidas con el concierto, - estallas-, sino que la Sociedad General de Autores y Editores, la omnipresente SGAE, a la que nos encontramos hasta en la sopa, la que entrará un día en nuestro cuarto de baño para cobrarnos derechos de autor por la cancioncilla que destrozamos mientras nos afeitamos, se había desplazado expresamente al concierto para verificar el número de entradas vendidas y por supuesto para cobrar…

Llegado a este punto, la ira que amenaza con provocarte un infarto, se abre camino por tu boca en forma de grito que me hace dar un respingo en la silla.

…¡Y no satisfechos con el dineral que se llevan todos los días con el dichoso canon que tenemos que pagar por el cd en que guardamos nuestras fotos, ¡que son nuestras!, se permitieron la desvergüenza de cobrarles 3.300 euros a los organizadores del concierto, cuando ni siquiera los cantantes no habían cobrado…!

Ahora lo comprendo.
Mientras noto una náusea que amenaza con escaparse de la garganta, recuerdo el titular de una noticia similar que hablaba de que la SGAE cobró 5.600 euros de un concierto benéfico en el que actuó David Bisbal con el propósito de salvar la vida de un niño almeriense de seis años afectado del Síndrome de Alexander y cuyo cuidado requiere de un carísimo tratamiento.
Recuerdo también haber leído que la SGAE cobra derechos de autor de casi 800 conciertos benéficos al año.

Estamos en sus manos –te digo al fin, agotado por tanta avaricia legal- y nada podemos hacer, porque el Gobierno está de su parte, como ha demostrado en repetidas ocasiones. Y aunque no es la primera vez que, como en ese concierto del niño almeriense, ante la polémica, la SGAE ha reembolsado el dinero cobrado en un acto benéfico, su afán recaudatorio ha quedado más que demostrado.

Así se le indigeste todo dinero recaudado en acontecimientos humanitarios que sólo persiguen el bienestar de las personas… -Murmuras, mientras te alejas soltando entre dientes unas cuantas imprecaciones-.

Y yo, no sé por qué, me acuerdo de aquella frase del abogado y político estadounidense George Graham Vest “el perro es el mejor amigo del hombre”.

Paradójico.
El mejor amigo del hombre, ¿no debería ser el hombre?

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El camino incierto de la Felicidad

Me preguntas si soy feliz y te respondo rápidamente, quizás demasiado, que sí.
Pero el Hombre es amo de lo que calla y esclavo de lo que dice, por lo que al segundo siguiente me digo que la próxima vez no debo precipitarme al hablar, que he de pensar y razonar mejor mi respuesta.

Y en éstas estoy, cuando se me ocurre que si hay algo que nos caracteriza a todos, es la búsqueda incesante de la felicidad. Una persecución que iniciamos en el momento de respirar por primera vez y cuando anhelamos el contacto suave y tibio de la piel de la mujer que nos acaba de alumbrar, a la que buscamos con ansiedad el pecho, pozo inacabable de la vida, al que habremos de asomarnos varias veces cada día.
Una búsqueda que prosigue cuando siendo aún muy niños intentamos procurarnos todas esas cosas que nos hacen sentir bien: una sonrisa, una mirada, una caricia, una frase tierna. Seguramente no conoceríamos otra cosa que la felicidad si no dejáramos de ser niños, porque es entonces cuando más nuestra es… Más nuestra de lo que lo será durante el resto de nuestras vidas.

Pero la vida, que mientras no se detiene nos hace transitar permanentemente por desiertos y oasis, se encargará de advertirnos que nada es duradero y al minuto de haberla conseguido, nos mostrará la otra cara de la felicidad, esa faz terrible de la que huimos inagotablemente: la desgracia. Así pues, ¿corremos para hallar la felicidad o para poner distancia entre la tragedia y nosotros?
¡Qué más da! Lo hagamos por una razón u otra, no dejaremos de buscar una mientras huimos de la otra.

Y mi memoria, que tiene la extraordinaria capacidad de traer a mi presente los recuerdos más lejanos, aún los más fugaces y difuminados por el paso de los años, me realiza la proyección de una historia que conocí hace bastante y que estaba narrada por el insigne Antonio Gala: la de aquel califa cordobés conocido en los libros de Historia como Abderramán III, que estaba emparentado con el mismísimo Mahoma y que perteneció a la dinastía de los Omeyas, aquel linaje árabe que ejerció el poder en Al-Ándalus, con Córdoba como capital.

Estaba reunido dicho califa con su testador, haciendo balance de su vida y, entre otras cosas, empezó a narrarle sobre lo que nos preocupa, la felicidad, más o menos así (según recuerdo y me apunta internet): “Fui rey durante cincuenta años, de la ciudad más hermosa del mundo, y, por si algún esplendor le faltaba, junto a ella construí otra ciudad aún más hermosa: la fulgurante joya de Medina Azahara.
Amé a la mujer más bella de la Tierra (la divina Azahara), y fui correspondido por ella.
A mi corte se acogieron los filósofos más profundos, los poetas más sutiles, los más inspirados músicos...”.


Y continuó la cascada de referencias a su vida, que el notario fielmente iba transcribiendo.
Hizo una pausa en su relato y añadió: “Y sólo fui feliz catorce días”.
Hizo otra pausa y concluyó: “No seguidos”.

Y es entonces, al recordar esto, cuando pienso que en mis cincuenta años, en los cuales no he alcanzado ningún reinado, como no fuera el de mi corazón, ni siquiera he contabilizado esos catorce días.
¿Contesta eso mejor a tu pregunta?

De manera que sigo mi búsqueda incansable. Y tal vez algún día, al contrario que el histórico califa, yo pueda contar mis horas de felicidad, no por días sino por años… Seguidos.

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Correos "nunca falla"

23 de Enero de 2009. En este día, mi compañera Sonia me entrega una carta recibida ese día. El correo, y el servicio de Correos (siempre eficiente), permite que dos personas puedan estar en comunicación aunque no estén familiarizadas con el email, el messenger, el móvil o el facebook, y eso es bueno por lo que representa para quien tiene algo que decir y para quien tiene algo que saber.
Los mensajeros no son en este caso las nuevas tecnologías, sino seres de carne y hueso que con su carrito a la zaga, transportan las palabras de quienes siguen confiando en un método tradicional y relativamente rápido. No tan barato pero, ¡Quién le pone precio a una conversación a distancia!

Una de las rutinas diarias más gratificantes para mi, continúa siendo abrir el buzón y encontrar noticias nuevas de alguien… Sin embargo, el único buzón que trabaja es el del correo electrónico.

La carta, una de tantas que podrían recibirse (y de hecho se reciben) en la radio, no destaca por nada en particular, como no sea por el hecho de que va dirigida a nuestros antiguos Estudios en Pompeu i Fabra, y sin embargo, su encabezamiento la hace distinta a todas.
Leo, “Mi querido locutor…”.

Comenzar a leer una carta que se inicia en esos términos, produce siempre un leve hormigueo en quien ha sido recompensado con esa familiaridad. En este caso yo. Me detengo un momento y trato de imaginar las circunstancias que envuelven a la persona que se expresa en esos términos… Parece una mujer. Y efectivamente lo es. Me cuenta sus pensamientos mientras se encuentra a varios cientos de kilómetros, en un lugar de Cáceres que no he visitado nunca. ¿Cómo será de especial? -me pregunto-, pero no me esfuerzo más y sigo leyendo…

Termino de leer emocionado la carta y vuelvo a mirar el sobre… Correos nunca falla -pienso- porque pese a la dirección equivocada, el cartero (en nuestro caso, cartera) la ha entregado en la dirección correcta.

Echo otro vistazo al sobre, esta vez con más detenimiento. Nada de especial. Sería el sobre de una carta como tantas otras,…
Si no fuera porque el matasellos, lleva impresa la fecha del…
18 de Agosto de 1997.

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Inch'allah

Cuando una mujer palestina llora por su hijo, muerto por las bombas israelíes, lo hace con desolación, con la misma desesperación con que llora una madre israelí por su hijo, muerto por el atentado suicida de un terrorista palestino, sea éste de la facción que sea.

El dolor por la muerte cruza entonces los cielos, lacerándolos con la tristeza y la amargura de la impotencia de ambas mujeres. El dolor por la muerte, no conoce credos religiosos ni políticos; lo que para unos puede representar la justicia, para otros no es más que un vil asesinato, sea éste en nombre de Dios o de los humanos.

Las mujeres, palestina e israelí, levantan los ojos a lo alto y preguntan si esa es la voluntad de quien mora allá arriba… La palestina, probablemente se resigne diciéndose que Alá es Grande… Y la israelí, tal vez murmure Inch’allah
Ahora bien, ¿Es más grande Alá? ¿Es lo que de verdad quiere Dios?

En estos días en que la existencia de Dios está en campaña publicitaria, deberíamos preguntarnos seriamente, al margen de su existencia o no, si lo que pretendemos realmente no es sacudir nuestras conciencias de la culpa por tanta ignominia, cargándole el muerto a otro. El fanatismo palestino, intolerante con sus obligados vecinos, no es más justificable que el terror sembrado por éstos y sus bombas de racimo entre los árabes de Gaza y sus territorios aledaños. Según parece, los que conmovieron a la Humanidad al ser víctimas del terror nazi, no conocen la piedad; en su ataque a quienes creen terroristas, masacran a niños, mujeres y hombres que nada tienen que ver con el terror, como no sea el que experimentan cuando presienten la cercanía de la muerte.

Israel es un estado poderoso… Y a los poderosos corresponde mostrar clemencia con los más débiles. La Comunidad Internacional no puede permanecer callada y los aliados políticos de los israelíes, deben forzar una solución a la masacre, al tiempo que deben condenar sin reservas este genocidio contra un pueblo que está siendo aplastado de manera sistemática.

Nadie debe permitir otro nuevo holocausto. Ni siquiera aunque los palestinos no sean eliminados en cámaras de gas, porque hay mil formas de morir bajo el poderío armamentístico del enemigo. Y ahora que Obama es presidente, todos esperamos que le deje bien claro a Israel que no tolerará la Ley del Talión; que debe aplicar la ley según los convenios internacionales. Respetando la vida de los civiles.

Por otra parte, como ciudadano de Catalunya, entiendo que no ha lugar a la condena que el embajador israelí pidió al president Montilla sobre las manifestaciones en Barcelona contra los bombardeos indiscriminados por parte de Israel… Pero también contra los bombardeos de Hamás, porque las víctimas inocentes siempre lo son, al margen de que vivan en Palestina o en Israel.

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¡Anda...! La cartera

Mohamed es a los árabes de Marruecos, lo que Pepe a los españoles de la península.
Pues bien. Mohamed, un ciudadano inmigrante en Catalunya, concretamente en Badalona, se busca en esta ciudad lo que nosotros (o mejor nuestros padres y abuelos) nos estuvimos buscando décadas atrás en Francia o Alemania: la vida.

Mohamed hizo cierta tarde de hace unos meses, lo mismo que hacemos nosotros cualquier día y que haríamos menos si tuviéramos una buena pasta en el banco y pudiéramos ir tirando de visa en todas nuestras compras: sacar dinero de un cajero.
Pero Mohamed hizo también algo que la prudencia aconseja no hacer nunca bajo ninguna circunstancia: dejar la cartera de la mano. Mientras se afanaba ante el cajero comprobando el saldo, para saber así de cuánto podía disponer en ese momento y presumiblemente por tener las dos manos desocupadas para manipular adecuadamente el armatoste que de tantos apuros nos ha sacado, dejó la billetera a un lado. Tal vez por la alegría de poder disponer de la cantidad deseada, tal vez por el disgusto de tener que contentarse con menos de lo esperado, Mohamed salió de la entidad bancaria con el dinero, pero sin la cartera.

Quiso la fortuna, o tal vez Alá que es el Dios de los musulmanes, con quien Mohamed debe estar en buenos tratos, que inmediatamente después que él entrara al cajero una mujer con sus mismos propósitos, pero sin cartera.
Lo primero que vio la susodicha, fue la olvidada cartera cuya pérdida no tardaría en notar Mohamed originándole una lividez casi cadavérica. Lo segundo que hizo esta buena ciudadana, fue consultar con su marido que la aguardaba en la puerta, dentro del coche con su hija. El hombre, pensó que sería más rápido y eficaz intentar averiguar el domicilio o teléfono de nuestro protagonista, que llevar la cartera a la policía o introducirla en un buzón de Correos.

Así que, con afán, investigó en todos sus recovecos en busca de un carné o una tarjeta, gracias a lo cual averiguó el domicilio de Mohamed. Una vez la señora acabó sus negocios con el cajero (automático), la familia se dirigió al domicilio de este ciudadano ya posiblemente desesperado. Una llamada al timbre del portero automático… Dos llamadas… Tres llamadas… Mohamed no está. Está buscando la cartera.

El hombre busca algo más en la dichosa cartera. Encuentra de todo: el PIN del móvil, la tarjeta de residencia, el DNI, permiso de conducir (no se fija en si hay dinero o no)… Y una tarjeta de plástico con el teléfono de lo que parece una compañía de seguros. Llama y cruza los dedos para que la operadora que le atienda, entienda lo que le va a explicar.
- Buenas tardes. Verá… He encontrado la cartera de un inmigrante llamado Mohamed (y los apellidos), asegurado con ustedes con la póliza (le dice la referencia) y estoy ante la puerta de su casa para devolvérsela, pero no me contesta nadie. Se me ocurre que si usted me facilita su teléfono, le puedo llamar para decirle que la tengo yo y que puede venir a buscarla…
Un silencio….
- Llame usted a otro piso y cuando le abran, échesela en el buzón –responde la mosqueada operadora-.
- Si hago eso, -responde el hombre- cabe la posibilidad de que este señor ya no resida aquí y pierda toda su documentación con las molestias que eso le acarrearía. Si se la llevo a la policía, es posible que encuentre más dificultades para recuperarla que si se la entrego en mano. Llámele usted y dígale que le espero en la puerta de su casa…
- Anote… -finalmente, la operadora decidió fiarse del desconocido buen samaritano-.

Tras agradecerle el gesto, el hombre cuelga y llama al teléfono que le han facilitado…
- Diga… -Acento árabe-.
- ¿Mohamed?... ¿Ha perdido algo?... –Un breve silencio (quizás de sorpresa)-
- La cartera…
- Venga a la puerta de su vivienda y se la entregaré.

Dos minutos más tarde aparece al fin un chico joven, de no más de 25 años, sudoroso por la carrera… O por el susto.
Se acerca al coche y el hombre le pregunta:
- Mohamed , ¿qué más? –para cerciorarse de que el chico es el verdadero propietario de la cartera, aunque por la foto del DNI ya sabe que es él-.
El chico enuncia sus apellidos y tras comprobar el hombre que son los mismos, le entrega la cartera diciéndole:
- Tiene el mismo contenido que cuando la hemos encontrado en el cajero, pero he tenido que buscar el modo de ponerme en contacto con usted, así que observará que todo está revuelto…
- No me importa el dinero –dice un rejuvenecido Mohamed, que comprueba que no le falte nada-, sólo la documentación: carné, permiso de residencia… Me han evitado un gran susto. Muchas Gracias.

El hombre, la mujer y la hija de ambos, se despiden de Mohamed y emprenden su regreso a casa, dejando a un hombre que durante un rato largo se enfrentó a lo que debió ser una de sus peores pesadillas. En tierra extraña y sin papeles.

Seguramente a ustedes (como a mí), nos hubiera preocupado el dinero, pero a este inmigrante sólo le importaban sus papeles. Los que le dan derecho a seguir buscándose la vida, lejos de su tierra, pero con gentes entre las cuales ha conocido hoy buenas personas. Y eso que son infieles,… Cristianos.

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No hablar por no ofender

Las salidas de tono de Risto Mejide, son bien conocidas por todos. No es preciso enumerarlas ahora una tras otra y añadir así más mofa, más humillación y más dolor a quienes tienen la desgracia de ser víctimas propiciatorias de su vocabulario -aparentemente espontáneo, aunque quizás bien estudiado-, generalmente y de manera más notoria, quienes aspiran a ocupar uno de las más importantes puestos en las listas de ventas de discos de este país, más conocidos como ‘triunfitos’.

«La fama cuesta», que decían en aquella popular serie de tv, donde los profesores eran verdaderamente severos, aunque cuando la ocasión lo requería, dejaban entrever sus cualidades humanas, entre ellas la comprensión… A Evaristo Mejide se le suponen también esas cualidades, aunque hasta ahora, que yo me haya dado cuenta, no las ha demostrado ante las cámaras con los concursantes de OT.
Es verdad que la fama hay que ganársela con sangre, sudor y lágrimas, pero para los concursantes del popular concurso, ya no es suficiente con aprender técnicas vocales, coreográficas y demás, que en definitiva, es lo que deberían aprender los aspirantes a dicha fama. No. ahora además, deben sufrir los improperios de este jurado implacable que gusta de adornar su crítica, en muchos casos probablemente acertada, con improperios que fuera de la academia no se atrevería a decirle a nadie en la cara, so pena de que la partieran la suya.
Las cámaras de tv son un buen escudo y los humillados concursantes unos buenos destinatarios para sus dardos envenenados, al fin y al cabo, qué otra cosa pueden hacer sino aguantarlos si quieren seguir adelante… Por eso los concursantes, deben aprender también a poner cara de póker cuando reciben esas lindezas.
Sería bueno, que las cámaras pudieran mostrarnos, además de sus rostros, los colores de su temperatura corporal en las vísceras y en el cerebro, mientras escuchan estas críticas. Quizás veríamos cómo el rojo intenso, el de la furia desaforada, prevalece sobre los otros.

Que sepan cuantos aspiren a concursar en ese programa (o en los que vengan, si está este señor entre los miembros del jurado), que también deberán sufrir de forma estoica el escarnio de este publicista que hasta hace poco, sólo era conocido en su casa a la hora de comer, o sea, por aquellos que se movían en su círculo de amigos, familiares o de trabajo. Quizás, después de todo, aunque la fama tenga un precio no valga la pena pagarlo con una humillación semejante.

Sería bueno que la Organización de OT introdujera en el formato del programa una novedad que le daría bastante morbo: permitir que los concursantes, por mayoría, tuvieran la oportunidad de nominar y expulsar de la Academia a aquellos jurados que no les cayeran bien. Ya está muy visto que en concursos de esta índole, los concursantes sólo se puedan expulsar entre ellos. Así ellos, los alumnos, también nos enseñarían algo. Que la fama cuesta. Y que para ganársela, a veces es mejor no hablar por no ofender.

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¡ Sonrííííe...!

Aunque a menudo nos olvidemos de ello, el coche es una de las mayores industrias del mundo y es por ello también, una fuente inagotable de recursos económicos para los gobiernos: IVA, impuesto de matriculación, impuesto de circulación, impuestos sobre los carburantes, aparcamientos de las zonas azules y, por supuesto, las multas. Si de repente todos tuviéramos un gesto de respeto por el medio ambiente y decidiéramos viajar en bicicleta cada día, nos encontraríamos primero con la imposibilidad de aparcar –siempre podríamos vender el coche- y plantearíamos un serio problema económico a las haciendas públicas, que se hallarían en dificultades para cuadrar las cuentas.

Sería bonito pasear por una ciudad sin coches, pero no quiero pensar en las dificultades de miles de familias que viven directamente del sector de la automoción –fabricantes, vendedores y mecánicos- que pasarían directamente al paro, si solo se vendieran bicicletas. Un horizonte nada probable.

Por lo pronto, a los ayuntamientos se les ha ocurrido un nuevo y cómodo sistema para recaudar y llenar sus arcas, más secas que nuestros embalses. Con ayuda de la tecnología, se han inventado esos coches que se pasean por nuestras calles y que van equipados con dos cámaras fotográficas en el techo, con las cuales pueden tomar imágenes de los vehículos que, a derecha e izquierda, estacionan en doble fila, invaden el carril bus, paso de peatones o zona de carga y descarga.
Con el guardia teníamos una oportunidad de sortear la multa: le decíamos que habíamos parado un momento para comprar tabaco y con un poco de suerte, casi siempre salíamos ilesos del percance… Con el coche equipado con cámaras, no hay oportunidad; antes de de que te des cuenta, te han echado la foto. Después, sólo queda pagar. La evidencia en imágenes, no admite recursos.

Que dejes el coche mal estacionado para acompañar al abuelo al ambulatorio, al niño al colegio o para comprarte un bocadillo, ya no le importa a nadie. Lo que cuenta es recaudar y cuanto más, mejor. El método es más efectivo que el guardia de a pie, al que siempre tienes la oportunidad de intentar convencer.

¡Bravo por nuestros ayuntamientos! Han conseguido darnos otro giro de tuerca. Yo, por si acaso, me pondré corbata cada día y sonreiré de oreja a oreja para salir guapo en la foto. Y además, le pondré un lacito al coche.

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¿Qué pasa con nuestr@s niñ@s?

Esa es la pregunta que, de manera generalizada, nos hacemos los padres: ¿Qué pasa con nuestros niños? ¿Quién se los lleva? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Para qué?

El caso de Mari Luz Cortés, la niña de cinco años desaparecida en Huelva el 13 de enero cuando fue -sola- a un kiosko a comprar una bolsa de patatas, -¿por qué un niño no puede ir sólo al kiosko? pero, sobre todo, ¿por qué una niña de cinco años va sola a la calle?-, se suma a otras inquietantes desapariciones que pesan en nuestro ánimo como una losa.

Esas historias de tráfico de niños para adopciones ilegales y de tráfico de órganos, nos desbaratan la compostura, cuando imaginamos que nuestros pequeños pueden ser sus siguientes víctimas si apartamos la vista de ellos durante apenas un segundo, tiempo suficiente para que un desalmado nos los quite para siempre.

Si el motivo fuera entregarlos a unos padres de adopción ilegales que los quisieran tanto como nosotros (si ello es posible), tal vez nos quedara una frágil esperanza…, pero imaginarlos separados de sus riñones o su corazón -una mujer vendía por internet uno de sus riñones por 250.000 €-, comercializados sin escrúpulos en un mercado sexual asiático o utilizados para esas miles de fotografías de pederastas que trafican con ellas por internet, nos lacera el alma hasta unos extremos que van más allá del límite de nuestra cordura.

Podemos y debemos exigir más vigilancia policial en las calles, pero no podemos pedir un policía para cada niño, porque en realidad no es tan necesario: somos los padres quienes estamos obligados a vigilarles, a no soltarles de la mano ni siquiera cuando vayan a comprar una bolsa de patatas al kiosko de la esquina.

Cada día veo algunas madres que dejan a sus hijos terminar solos el recorrido al colegio, por no andar con ellos 200 metros. Es verdad que se quedan viendo como se pierden en la esquina antes de entrar al colegio, pero… ¿Qué pasa cuando doblan la esquina y sus madres ya no les ven? ¿Llegarán a entrar realmente al colegio?
200 metros, pueden ser el inicio del recorrido de una tragedia.

El cadáver de Mari Luz apareció el viernes 7 de marzo, un día de infarto: ETA asesinó al ex concejal del PSE Isaías Carrasco y la niña fue encontrada flotando en las aguas del muelle de una ría de Huelva. Su cadáver no presentaba –al cierre de este artículo- signos de abusos sexuales. No acabó en los abrazos amantes de unos padres “adoptivos”. No la separaron de ninguno de sus órganos… Entonces, ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Para qué su muerte?

En estos días también, el niño Yeremi Vargas lleva un año en paradero desconocido, alejado de sus padres. ¿Seguirá vivo?

Y yo que tengo sentimientos, pese a que la dureza de estas palabras pueda desmentirlos, noto un vahído familiar en estos casos: siento náuseas... Discúlpenme. Voy a vomitar.

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La vía pública es de tod@s

Según datos recientes, nueve de cada diez peatones cruzaban la calzada por fuera del paso de peatones cuando fueron atropellados. En este sentido, Catalunya registra 7 víctimas por millón de habitantes, mientras que el total en España asciende a 16.

Estos datos, sitúan a España como el país europeo donde más peatones mueren en accidentes de tráfico. Exactamente, 613 muertos en 2006. De ellos, el 91,5% fueron atropellados fuera del paso de peatones. Por eso no quiero ser optimista, pese a que Catalunya sea un lugar más seguro para los peatones que el resto de España.

El peatón tal vez tiene la sensación de que el conductor de un vehículo siempre le verá a tiempo para frenar y evitar la tragedia, pero se equivoca; en 2006 se equivocaron 613 personas… Por lo menos.

En este sentido, estaría bien establecer unos mandamientos de obligado cumplimiento para todos los implicados: conductores y peatones.

Para los conductores:

  • No estacionaré nunca en un paso de peatones.
  • Respetaré el límite de velocidad establecido en cada lugar.
  • A la vista de un paso de peatones, aminoraré la velocidad.
  • En un paso de peatones, seré respetuoso con las personas que quieren cruzar.
  • Si no hay semáforo en el paso, entenderé que los peatones tienen preferencia.
  • Dejaré que los peatones acaben de cruzar, antes de reemprender la marcha.
  • Seré paciente con quienes tardan más en cruzar: ancianos y discapacitados.
  • Al doblar una esquina, tendré en cuenta que alguien puede estar cruzando.
  • Si rebaso un vehículo grande, lo haré con cuidado para evitar sorpresas.
  • Si conduzco un vehículo grande, advertiré del peligro a quienes me rebasen.
  • Pensaré siempre que el peatón sufre las peores consecuencias en un atropello.

Para los peatones:

  • Cruzaré siempre por los pasos señalizados.
  • Cruzaré solo cuando el semáforo me lo permita.
  • Aun con preferencia, al cruzar me aseguraré de que el vehículo está detenido.
  • Antes de intentar cruzar, me aseguraré de que los conductores me han visto.
  • Si cruzo con niños o animales, me aseguraré de llevarlos bien sujetos.
  • Intentaré evitar cruzar por delante de un autobús o camión.
  • Si el vehículo viene muy deprisa, no intentaré siquiera cruzar… Por si acaso.
  • Manifestaré a los conductores mi intención de cruzar avanzando con cuidado.
  • Me aseguraré bien, antes de cruzar por una esquina.
  • Caminaré SIEMPRE por la acera… Que para eso están.
  • Evitaré cruzar hablando por el móvil. Necesito los cinco sentidos alerta.

Seguir estos mandamientos, nos evitará más de un susto.
Incluso puede que nos salve la vida.

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¿Es infidelidad?

Un año más que cargar sobre nuestras vidas. Parece que lo estrenábamos ayer y ya ha pasado un mes. Verdaderamente, la vida es un suspiro.

Y hablando de suspiros… ¿Quién se acuerda de todos los que exhaló en su juventud?
Seguramente estaban motivados por aquella belleza rubia (o tal vez morena), que nos observaba a través de la ventana, entre visillos de encaje que a duras penas lograban ocultar el ardor de su mirada, pero que seguro no impedían que le llegase nuestra desazón por aquel sentimiento indescriptible que nos sacudía el alma como un latigazo mientras jugábamos, y nos hacía perder la concentración y más tarde el sueño. ¿Dónde estará ahora? ¿Qué hará? ¿Se acordará de nosotros? ¿Nos dedicará al menos uno de los últimos pensamientos del día, lo mismo que hacemos nosotros?

Verdaderamente, somos muy injustos. Y poco sensibles. Olvidamos con mucha facilidad a las personas para las que hemos sido tan importantes y a las que fuimos capaces de imbuir el primer sentimiento de amor. ¿O tal vez solo era una ilusión?

En cualquier caso, ese primer acercamiento a lo más parecido al amor que conocimos en la edad más tierna de nuestras vidas, bien merece que le dediquemos al menos un nostálgico recuerdo de tanto en tanto. Aunque solamente sea por lo que pudo haber sido y no fue. ¿O será eso una infidelidad?

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¿Qué piensas al respecto...?

Según UNICEF, existen aproximadamente 246 millones de niños y niñas que trabajan. De ellos, casi tres cuartas partes (171 millones) lo hacen en situaciones o condiciones de peligro, como por ejemplo, en minas o manipulando productos químicos y pesticidas en tareas agrícolas o manejando maquinaria peligrosa. Trabajan en el servicio doméstico en casas particulares, como obreros tras los muros de las fábricas u ocultos a la vista en las plantaciones.

Millones de niñas trabajan en el servicio doméstico y en la asistencia doméstica no remunerada. Muchas otras pueden ser víctimas del tráfico de menores (1,2 millones), forzadas a trabajar en condiciones de servidumbre u otras formas de esclavitud (5,7 millones), obligadas a ejercer la prostitución o a trabajar en pornografía (1,8 millones), u obligadas a participar en conflictos armados (0,3 millones) u otras actividades ilícitas (0,6 millones). No obstante, la inmensa mayoría de los niños y niñas que trabajan (el 70% o más) se dedican a la agricultura.

En Asia y el Pacífico trabajan 127,3 millones de niños de entre 5 y 14 años. En África subsahariana existen 48 millones de niños y niñas que trabajan. En Latinoamérica y el Caribe trabajan aproximadamente 17,4 millones de niños. El 15% de los niños y niñas de Oriente Medio y África septentrional trabajan. En los países con economías industrializadas existen aproximadamente 2,5 millones de niños y niñas que trabajan.

El mes pasado conocimos el caso de unos padres que matricularon en un colegio de Manacor a sus tres hijos marroquíes, aumentándoles en cinco años la edad. Los niños tienen entre 7 y 10 años y, al parecer, los padres intentaban acelerar su etapa escolar para adelantar su incorporación al mercado laboral.

Es Año Nuevo. Tenemos mucho tiempo por delante para cambiar las cosas. Dígame lo que ha sentido leyendo estos datos y le diré lo cerca o lejos que estamos de conseguirlo.

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♫ Navidad, Navidad… ♫

¡Pues qué quieren que les diga…! A mí, sí me gusta la Navidad.
Será por el encanto especial que tienen las calles en esas fechas… O será porque da gusto ir a comprar y comprobar cómo los comerciantes “se lo han currado” para meterte por los ojos todas esas cosas que no necesitas, pero que acabas comprando… ¡Qué más da! ¡Es Navidad!

También me gusta porque, al menos una vez al año, nos proponemos ser mejores con la gente de nuestro entorno y, aunque pasada la fecha no nos acordamos, eso nos hace mejores de lo que ya somos. Porque es Navidad.

Y me gusta por los villancicos (cuándo los íbamos a cantar si no…) y por los turrones y por las comidas y cenas de familia (en las que siempre acabamos discutiendo)… Y porque hace frío y de vez en cuando nieva (donde no lo hace nunca, claro) y porque tenemos paga extra y porque los precios se vuelven extra-or-di-na-rios (¡pero qué demonios! Para eso es la paga extra, ¿no?) y… Y por supuesto, me gusta por la visita de los Reyes Magos (que nunca nos dejan lo que de verdad necesitamos) que, como no dan abasto, se ven precedidos por Santa Claus, que nos hace concebir tras su visita, que tal vez todavía queda esperanza.
Y me gusta por tanta superficialidad. Porque en Navidad, algunos comen hasta reventar mientras otros siguen su rutina diaria: pasar hambre ¡También en Navidad!

En casa nos reuniremos bien calentitos pero en la calle, los bancos y los callejones se atiborrarán de esos desgraciados que combaten el frío envolviéndose en papel de periódico: el abrigo de los pobres, la moda que no pasa de moda.

Y finalmente, me gusta porque cada Navidad tenemos una nueva oportunidad para arreglar las cosas: la Navidad siguiente…

♫ Navidad, Navidad, Dulce Navidad… ♫

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Señales de humo

"Las principales operadoras de telefonía móvil (Movistar, Vodafone y Orange) podrían ser sancionadas con el 10% de su facturación por pactar la subida de las tarifas de interconexión, una estrategia con la que habrían pretendido recuperar las pérdidas por las ganancias del redondeo..." (valga el juego de palabras). A ver si es verdad que alguien nos defiende.

El 22 de mayo pasado, llamo a Orange Móviles para solicitar una portabilidad (un traslado de mi número contratado con otro operador). Me adjudican el número de solicitud 220507TM46795, informándome de que recibiré una documentación que deberé rellenar con mis datos (bancarios, personales y eso…) y que en unos días, pasará a recoger un mensajero.
¡Qué bien! Todo son facilidades y comodidades.
Pasan los días y el mensajero no viene. Llamo no menos de 12 veces en tres semanas para indicar que sigo esperando el mensajero… «…que no me preocupe. No habrá podido. Ya pasará.»
Un mes más tarde (el mensajero nunca vino), recibo un mensaje en el móvil: «Tu pedido se ha cancelado. Llama al 900…» Así. Fríamente. Sin una llamada para averiguar qué ha pasado. Y eso que es un operador de telefonía…
Llamo y me dicen que al no haber recibido la documentación firmada, la solicitud ha sido anulada. Cara de pasmo. O sea, que me quedé a cuadros.
El 30 de Julio, recibo una llamada de Orange diciéndome si sigo interesado en el asunto…
Mi respuesta: “Si Orange fuera la única operadora de telefonía móvil, yo me comunicaría con señales de humo”.
Ahí queda la queja… Por si sirve de algo.

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Cuestión de perspectiva

La foto: Un conductor es cazado por un radar mientras conduce por una autovía circulando a 100 km/h, en un tramo donde la velocidad, está limitada a 80 km/h. La foto no deja lugar a la duda: es un mal conductor; se merece la sanción económica y la retirada de varios puntos de su permiso de conducir.

El cuadro: El conductor circula al límite de la velocidad permitida e inicia una maniobra de adelantamiento a un tráiler, por el carril de la izquierda. Otro vehículo, conducido por un impaciente amigo de la velocidad, se sitúa a tan solo 10 metros de la parte trasera del vehículo de nuestro conductor, a una velocidad de 100 km/h. Le siguen otros imprudentes como él.

En ese momento, dos señales de tráfico (una a cada lado de la calzada), limitan la velocidad, "sin motivo aparente", a 80 km/h. Unos 20 metros más allá, una placa avisa de la existencia de un radar. Nuestro conductor apenas ha rebasado la mitad de la longitud del tráiler y ve las señales. Su primer impulso, es frenar para reducir así los 20 km/h. en que excede el límite permitido, pero debe hacerlo con un frenazo brusco. En centésimas de segundo, mira por el retrovisor y ve al conductor impaciente lanzado a 100 km/h y a los otros vehículos en procesión tras él… Mira ante sí y vislumbra el panel tras el que, presumiblemente, está instalado el radar y toma una decisión: que sea lo que Dios quiera. Si frena, la catástrofe está asegurada; si no lo hace, la Administración será implacable. Pasa el radar, circulando 20 km/h por encima del límite establecido. Termina la maniobra de adelantamiento y se sitúa delante del tráiler. Por el carril de la izquierda, los conductores impacientes consiguen, sin saberlo, una foto y quizás salvar la vida.

Nuestro conductor, sonríe con amargura. Está claro que el radar no ha sido puesto para evitar accidentes, sino para recaudar a costa de los imprudentes y de los prudentes.
Ahora lo sabe: la reducción del límite de velocidad y la existencia del radar, son una trampa para cazarle. Y le han cazado. Está indefenso, pero contento de haber evitado una tragedia.

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El hombre del carro

El «hombre del carro» (no, no es Manolo Escobar), es ese abnegado y desconocido empleado de una gran superficie, que se pasa el turno de ocho horas de trabajo, empujando cientos de carritos de compra por los inacabables pasillos que nosotros transitamos en unos minutos.

No reparamos en él, pero seguro, que él sí repara en nosotros; especialmente cuando entorpecemos su ritmo interponiéndonos en su camino hacia los “aparcamientos” donde luego esperamos encontrar un carrito que llenar con la compra.

Mi «hombre del carro» particular (aquel que más veo), es un hombre que debe rondar los 60 (o, empujar 13 carritos enganchados de una vez, cada vez, ha hecho que le salgan canas) y que, por tanto, no anda lejos de su ansiada pensión, que a cada empujón a los carritos, se le debe antojar más distante; que está delgado como un pitillo, (¿fumará? No lo he visto nunca, solo empuja carritos y cuando no lo hace, es que va a paso ligero a por más) pero que pese a ello, realiza su trabajo con una persistencia digna de encomio.

Le veo venir de lejos… Con paso lento pero firme… Precedido como siempre por los trece carros… Sus tacones no rozan el suelo… De puntillas, empuja que te empuja, los mueve desde todos los rincones del aparcamiento hasta el supermercado (en el Carrefour de Montigalà).

Después de haber recorrido todo el parking, llega a la puerta con su pesada carga… Se detiene, no porque esté cansado, sino porque alguien se le para, justo delante, para encender un cigarro (¿pero es que nadie le ha dicho a este peatón inoportuno lo malo que es fumar?)… Entonces se gira… Advierte que molesta y con paso cansino, se aparta… El «hombre del carro», de puntillas, emprende nuevamente su camino inacabable, en un arranque lento, pesado pero decidido.

Y así un día tras otro. Nunca se queja. No puede perder el tiempo. Le esperan más carros.

Y nosotros le esperamos a él.

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Mi Dios también se llama Alá

Me dices con tono furibundo, que piensas luchar con todas tus fuerzas para evitar que se construya una mezquita en terrenos públicos en los que, dices, deberían construir viviendas.
Estás sinceramente enojado porque “esos moros de… nos están invadiendo y quitando nuestros puestos de trabajo…”
Continúas con tu diatriba xenófoba.

Me preguntas por mi opinión al respecto –aunque sabes cómo pienso- y te digo que cerca de donde vives construyeron una iglesia católica y no te manifestaste reclamando viviendas.
Te enojas. Me preguntas de qué lado estoy, recordándome el atentado de Atocha y los ataques a las Torres Gemelas.

Te respondo que durante décadas hemos padecido los asesinatos de inocentes por parte de “nuestros propios terroristas”, los de aquí, los que no son sospechosos de rezarle a Alá… O a cualquier otro dios que no sea el de la violencia indiscriminada.

Finalmente, “me concedes” que hagan unos jardines…
“…Donde puedan cagarse los perros”, pienso. Y me río al darme cuenta de lo que en verdad te preocupa.
"…Desde su púlpito se lanzarán soflamas contra Occidente, se incitará a la violencia terrorista…”

Ya te has olvidado –te digo- de las consignas lanzadas tantas veces desde un púlpito cristiano.
“En la mezquita les incitarán a matarnos en nombre de Alá”, insistes.
Hay tanta sangre inocente regando la tierra en nombre de nuestro Dios… Y siento mientras hablo, que no puedo más con tu intransigencia.

Te digo antes de dejarte por imposible, que la gente que tú desprecias es la misma que yo veo cada día a la tarde, cuando vuelve del trabajo que tú no quieres hacer...

Y te digo finalmente, que en nuestra impotencia, todos rezamos al mismo dios…
…Que mi Dios… También se llama Alá.

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El miedo en el alma

La sobremesa es un buen momento para conversar… Aunque mejor sería no tener que hacerlo de algunas cosas.

Suena el teléfono…
-Hola…
-Hola, Pascua. ¿Cómo te va desde que no estás en la Radio?
-Hay cosas que no se olvidan,… Pero, ¿y tú? Cuéntame. Hacía tiempo que no sabía de ti.
-Pues he llegado hace unos días de… (otra Comunidad española).
-¿Y eso? ¿Vacaciones o trabajo?
-El miedo. El instinto de supervivencia.
-¿Qué ha pasado?
-Mi ex ha salido unos días con permiso… Y yo he puesto kilómetros de por medio.
-No entiendo que a tu ex le den permisos de salida, cuando es evidente que los quiere para buscarte.
-Me siento muy sola, Pascua. Tuve que dejar mi tierra (en otra Comunidad) por miedo a que me matara. No veo a mi familia… Y encima él pide el traslado a la provincia donde yo estoy… ¡Y se lo dan! ¿Cómo se enteraría del lugar donde estoy?
-Se me ocurren algunas respuestas...
-Lo peor de todo, es que pedí que le pusieran una de esas pulseras que pitan cuando se te acerca a unos cuantos metros y me la denegaron.
-¡Qué me dices! ¿No es evidente para qué quiere los permisos?
-Ya… Pero me dicen que como no me ha agredido…
-¡Pero si está en la cárcel por agredirte!
-Una vez me rompió la mandíbula…
-Me gustaría que algún juez me explicara unas cuantas cosas: ¿Por qué conceden el traslado a un preso por malos tratos y encima a la provincia donde está su víctima? ¿Por qué te deniegan la pulsera? ¿Por qué no se le prohíben los permisos?... ¿Porque él tiene derechos? ¿¡Y tú no!? Algo no funciona.
-Espero que no leas mi nombre un día el periódico…
-Yo también lo espero…

Como espero las respuestas.

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