jueves, 1 de julio de 2010

Reto al tren... Reto a la muerte


Llevas un buen rato dándole vueltas a la cucharilla dentro de la taza de café, que debe estar ya frío considerando el tiempo que hace que te lo sirvieron. Algo te preocupa, a juzgar por la expresión grave de tu rostro y por el mutismo feroz en el que te has enclaustrado. No imagino qué puede ser pero mi paciencia dará finalmente sus frutos, porque igual que haces siempre, acabarás contándomelo; a fin de cuentas, eso es lo que hacemos cada vez que encontramos un momento para intercambiar ideas y para consolidar una amistad que ya dura años y que nada hace prever que pueda terminar, porque siempre hallamos un punto de equilibrio en las tiranteces que inevitablemente se producen cuando las opiniones son distintas, y las nuestras, pese a que generalmente coincidimos en las posturas, también transitan en ocasiones por el borde del precipicio de las diferencias.
Absolutamente pendiente de todos tus gestos, intento desmenuzar en mi mente todo aquello que pueda ser el desencadenante de lo que te mantiene completamente abstraído.
- Ya no queda azúcar que remover y el café estará frío… ¿Pido unos cubitos de hielo? –Incapaz por más tiempo de permanecer indiferente, decido reiniciar la conversación desde hace bastantes minutos congelada poniendo una pizca de ironía por si con eso vuelves a la realidad en que nos encontramos—.
- No, no… Está bien así… –Lo dices como si no hubieras percibido el verdadero sentido del comentario—.
Mas como reanudas el gesto de volver a concentrarte en la taza, decido no concederte ni un segundo más de tregua.
- ¿Qué te preocupa tanto? –Te lanzo la pregunta mientras observo con atención el más nimio de tus gestos—.
- ¿Cómo podemos llegar a ser tan estúpidos los seres humanos?
Tu reacción me deja tan frío como el café que aún no has probado. Lo has dicho como sin fuerzas, desfallecido, vencido por un pesar que no alcanzo a comprender y que aplasta tus hombros caídos con una fuerza más pesada que la de la gravedad.
- ¿No te entiendo? ¿A qué te refieres?
- ¿Qué acontecimiento lúdico, por mucho que lo sea, puede justificar que una treintena de personas decidan cruzar la vía del tren por no esperar a cruzar por un paso subterráneo?
Ahora puedo saber a qué me enfrento. Y yo tampoco lo he asimilado.
Que un grupo tan numeroso bajase del tren en Castelldefels y cruzara en tromba las vías para llegar a la playa, donde se iba a realizar un acontecimiento festivo con motivo de la verbena de San Juan, me tiene absolutamente atónito.
- Lo cierto es que yo también me lo he preguntado. Y no tengo la respuesta. Creo que nadie la tiene, pero al parecer el paso subterráneo estaba colapsado por el número de personas que se dirigían al mismo lugar.
- ¿Y qué pasa, que no podían aguardar su turno como en cualquier cola? Todos eran, en su mayor parte, de origen sudamericano. ¿Cuántas veces habrán tenido que aguardar durante horas a la puerta de una comisaría para regular su situación legal en España?
- Sí. Estoy de acuerdo. No huían de un incendio por la única vía de escape, sino que iban a celebrar una fiesta. Solo hubieran tardado unos minutos en cruzar, porque frente a todo lo que se ha dicho, el pasadizo es de casi 3 metros y medio de ancho y caben 8 personas en paralelo.
Imagen de El PaísImagen publicada por El País
- ¿Y eso de intentar justificar tal imprudencia alegando que no sabían que había un paso bajo las vías…? ¿Alguien piensa en serio que en este país se construiría un apeadero de tren y se obligaría a la gente a cruzar por los rieles, salvando dos andenes de 80 cm de altura cada uno? Aquí se hacen muchas cosas mal, ¡pero esa no es una de ellas!
El puñetazo en la mesa mientras explota al fin toda tu rabia contenida, hace que los ocupantes de las mesas cercanas suspendan sus conversaciones y fijen toda su atención en nosotros, al tiempo que tras la barra, el camarero se prepare por si tiene que intervenir.
Más calmado tras el estallido, ajeno por completo al interés que has despertado en la concurrencia, mueves la cabeza de lado a lado intentando desechar la ira que amenaza con provocarte un colapso arterial.
Poco a poco, nuestros vecinos vuelven a sus asuntos y el barman prosigue con su labor de limpiar y ordenar los anaqueles repletos de botellas llenas y vasos vacíos, mientras de vez en cuando nos lanzan de reojo una mirada previsora.
Entiendo tu enfado, que no es menor que el mío. He podido leer y escuchar que se achacaba la imprudencia al hecho de que el paso elevado estuviera cerrado… Pero alguien desconocido (seguramente un vecino) apuntaba que se hizo para evitar que se produzcan suicidios, ¡qué manía tiene la gente por quitarse la vida arrojándose a la vía del tren! o que algunos gamberros aprovechen la altura para tirar petardos a los viajeros. Sea como fuere, la imprudencia colectiva ha causado uno de los accidentes ferroviarios más graves registrados en España.
De regreso de las revueltas reflexiones a que te habías entregado, echas para atrás la espalda y con gesto cansado me diriges una mirada interrogante.
- Tampoco yo lo entiendo —te digo, por decir algo—, pero lo cierto es que todos debemos llevar un gen defectuoso que nos impulsa a jugarnos la vida cuando estamos aburridos de ella… Como si quisiéramos echarle un reto al tren que no puede ser otra cosa que un reto a la muerte.
- Un gen defectuoso… –Repites mis palabras como si las estuvieras masticando— Algo de eso debe haber circulando en nuestra sangre, porque de otra manera no lo comprendo. ¿Te acuerdas de las imágenes que veíamos hace unos días de aquellos chicos que se tendían entre las vías y dejaban que el tren pasara sobre ellos?
- El mero recuerdo me sacude el cuerpo con un escalofrío y aunque sean episodios diferentes, distintos comportamientos humanos, no dejan de tener en común la apatía y hasta el desprecio por uno de los mayores cometidos que debiéramos tener: el de la salvaguarda de nuestra integridad y el respeto y la conmiseración por aquellos que sufren por nosotros cuando la perdemos.
Me pregunto si esas fotos que vimos reflejan un acto de valentía o de locura.







- ¿Te enteraste de que apenas 36 horas después de la tragedia de Castelldefels, una mujer cruzaba las vías por el mismo punto del accidente? —Tu comentario me recuerda la indignación que me asaltó cuando leí la noticia—.
- Sí. Y al ser reprendida por los vigilantes que le pidieron que se identificara dijo no saber que no se podía cruzar y se negó a facilitar su identificación…
- …Hasta que retenida por los vigilantes, tuvo que hacerlo ante los Mossos d’Esquadra… —remachas un tanto borde— Parece que los turistas que nos visitan conocen nuestras leyes y sus derechos mejor que nosotros.
- ¡Calla! Pues ya que estaba informada de su no obligación a identificarse ante los vigilantes, se la debe suponer al tanto también de que el artículo 64 de ley ferroviaria de Cataluña dispone que cruzar las vías fuera de los lugares habilitados es una infracción grave multada con entre 6.000 y 30.000 euros… Y ya que la ley lo dispone, que se aplique. Con todo su rigor. Porque debemos recordar además, que el desconocimiento de las leyes no nos exime de su cumplimiento y eso debe valer tanto para nosotros, como para nuestros visitantes… Que parece que antes de venir se leen hasta nuestra Constitución —confieso que lo he dicho con todas mis ganas; ojalá se llevara a la práctica, pero no lo tengo muy claro—.
Tuerces la boca en una mueca que no se cómo catalogar y te adentras de nuevo en un pozo de silencio del que sales unos minutos después con una sentencia firme.
- No hay nada que pueda justificar la insensatez de esas personas que cruzaron las vías. Ninguna verbena merece que le entreguemos nuestra vida a la muerte. Lo que aguardaba a toda esa gente al otro lado, no valía el dolor imperecedero de sus familias, que no dejarán de llorar mientras vivan. Guardemos, amigo mío, un minuto de silencio por toda esa gente que llora tanta estupidez y alegrémonos de que el tren no descarrilara originando una tragedia mayor.
Al instante cesan todos los murmullos de la gente que nos rodea, que incapaces de olvidarse de nosotros tras el golpe en la mesa, han seguido al punto lo que hablábamos y deciden sumarse a ese silencio implorante de que al fin, igual que algunos de nuestros genes mutan y emprenden una guerra contra ellos mismos, masacrándose, ese otro que ya debe nacer defectuoso mute también y encienda al fin la mecha de la cordura, que ojalá explote un día que nosotros podamos ver y celebrar… En este café o en cualquier otro… Ante un café caliente o frío.
¡Qué más da, mientras seamos afortunados por poderlo contar!
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martes, 1 de junio de 2010

Confesiones inconfesables. Pecados imperdonables.



- El Papa ha hablado.

Hace tiempo que lo que el Papa diga ya no es un tema que me interese o preocupe. Podría decir que ‘he perdido la fe’,… La fe en lo que concierne a aquel al que otorgo el compromiso y la responsabilidad de mantenerla viva. Nunca terminé de entender los asuntos de Dios, que imagino deben ser precisos aunque no comprenda los intrincados vericuetos por los que discurren, pero desde luego ya no acepto el mensaje de quien investido de toda la autoridad cristiana, me parece trasnochado y distante de las verdaderas realidades que pueblan y llenan el mundo. La homosexualidad no es cristiana --como si este colectivo no pudiera adorar a Dios con igual denuedo--, el preservativo no es cristiano --pues dejemos que se propague el sida, que sí lo es--, la pederastia no es cristiana --¡desde luego que no!--… Bueno… Siempre que no sea un cura el que la practica…
Corroídos mis pensamientos por una rabia sorda, ni siquiera he reparado en que aguardas frente a mí.
- ¿Cómo? --De pronto bajo del cielo a la tierra para atenderte como mereces-- Perdona. Estaba ausente.
- Pues yo te veo muy cercano…
Tu mordacidad no se me escapa, pero como la tengo merecida, la paso por alto y con un breve gesto te invito a que prosigas.
- Pues resulta que en su viaje a Portugal en Mayo pasado, en el mismo avión, dijo ante los reporteros que “Hoy las más grandes persecuciones a la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que hay dentro de la propia Iglesia”…
- ¿Y ha tardado 2000 años en darse cuenta? –Lo siento. No lo he podido evitar.— Porque descartados los pocos años en que realmente fueron perseguidos y hasta quemados en la hoguera, durante más de un milenio y medio han sido ellos los que se han servido de la fe, la ignorancia y el miedo de la gente para rentabilizar su negocio. Y como venganza ‘quemaron’, incluso literalmente, a quienes se interpusieron en su camino o representaron un peligro para sus pingües beneficios.
-¿Ya? ¿Puedo seguir? –Levantas una ceja en gesto interrogante, a juego con las preguntas--.
No denotas enfado sino, diría, un poco de morbosidad. Apostaría incluso a que la noticia del periódico llevó mi recuerdo a tu pensamiento y te indujo a comentármela tantos días después de que ya no sea noticia. El Papa se confiesa y el mundo no repara en ello. ¡Increíble! ¡Ni que pasara todos los días!
- Sí, Sí. --Y esbozo mi sonrisa más ingenua-- Un sí por cada pregunta, para que no digas que dejé de contestarte a algo.
Parece que fueras a decir algo fuerte, no apto para menores, pero te lo piensas mejor y vuelves al periódico.
- El Papa dijo que “es aterrador cómo sufre la Iglesia por esos ataques y esos pecados”…
- ¡Pobre! ¿Y por qué dijo que sufre más… Por los ataques o por los pecados?
- Eso no lo concretó –con media sonrisa bailando en los labios--.
- ¡Vaya! Qué lastima… Ni el Arcángel San Gabriel hizo mejor anunciamiento… ¡Una vez que el Papa abre su alma, no ante Dios porque eso debe hacerlo todos los días, sino ante los periodistas…! Esos pecadores que irán al infierno por su mala costumbre de chismorrearlo todo…
- Ja, ja, ja…
Te ríes durante un rato. Con abiertas y contagiosas carcajadas. Hace tanto que te conozco, que de no ser tu risa sincera, lo percibiría. Por eso dejo que te desahogues para que puedas proseguir.
Al fin te sosiegas, y con las lágrimas resbalando por tus mejillas, me miras fijamente y me lanzas un ataque.
- ¿Y sabes qué más dijo?
- No tengo ni idea, pero seguro que tú me lo dirás. –Porque el tema de conversación es contigo, que si no, ya hace rato que te habría dejado ‘a solas’ con tu periódico.- Porque me lo dirás, ¿No?
- ¡Naturalmente!
Detecto una cierta provocación en la afirmación rotunda.
- Benedicto XVI condenó de forma clara “a quienes acusan a los medios [de comunicación] de amplificar el escándalo”.

  
El País, 11/5/2010

- Esto sí que es nuevo. La clase periodística salvada, no por la campana, sino por el mismísimo Pontífice. Ahora ya puede dormir tranquila, porque sabe que no solo no irá al infierno, sino que tiene reservado un billete al cielo en vuelo de primera… Y con las mejores recomendaciones.

Aprietas salvajemente los labios, mientras en tu estómago se originan unas convulsiones que buscan desesperadamente la salida por el único sitio y en la forma en que espero que fluyan.
Al fin, incapaz de contenerla por más tiempo, estallas de nuevo en una sonora carcajada que tiene la virtud de lograr lo que no pudieron las anteriores. El perro, un estupendo ejemplar que dormitaba desde hacía rato, levanta sobresaltado la cabeza y con las orejas enhiestas te observa atentamente. Al fin, tranquilo porque no pasa nada grave, mueve contento la cola y se suma a la fiesta con unos sonoros ladridos que son respondidos en la lejanía por otros más apagados. Siempre pensé que este animal tiene garganta de barítono.
Cuando al fin te calmas y recuperas por completo el control sobre tu hilaridad, cuando el can ha vuelto a desinteresarse nuevamente de nosotros y hasta el chucho que le acompañó en su concierto perruno se ha callado, tomas nuevamente el diario y vuelves a la carga. Mas en un sprint que me deja sorprendido, te lanzo la pregunta.
- ¿Y se puede saber cuál es el trasfondo de esas confesiones inconfesables?

Adoptas una actitud circunspecta, por lo que adivino que la cosa es seria.
- Los abusos sexuales perpetrados en menores por miembros de la Iglesia durante años… –Me dices--.
- Durante años en que eran un secreto a voces, que se acallaban a golpes de talonario. Que pagaba la Iglesia, por descontado. – Te respondo, no sin cierta cachaza--.
- Por supuesto –sin entrar al trapo--. Ha afirmado también que el perdón no sustituye a la justicia.
- Pero la Iglesia ha impedido que esa justicia pudiera recaer sobre los responsables de actos tan despreciables. ¿Será capaz algún fiscal o juez de sentar en el banquillo al Vaticano como cómplice necesario para esos delitos que no fueron conocidos ni juzgados? Echo de menos a Garzón. Él hubiera sido capaz.
- No hubiera podido. Piensa en que, además, la Iglesia es también un gobierno político con estado propio.
- ¿Y aquello de A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César? El undécimo mandamiento en las Tablas de la Ley, debiera ser ‘No gestionarás al tiempo la Fe y el Poder’… No sé yo, si Moisés no rompería en realidad las Tablas por ese mandamiento y por evitar conflictos futuros; debió ser un visionario y se percató de las ganancias que se podrían perder. Tenemos que averiguar quién fue el ideólogo que siglos después retomó el asunto para dejarlo todo atado y bien atado aquí abajo, por si no conseguían llegar allá arriba.
- Como teoría no está nada mal.
- Y a todo esto, ¿A qué iba el Papa a Portugal? ¿Tal vez a convertir a algunos herejes?
- Ja, ja, ja… Creo que me sería más fácil desvelarte los motivos Divinos, pero dijo que iba “como peregrino de Fátima” y por cierto que hizo también “una relectura del Tercer Secreto de Fátima”.
- Cuando no tenemos nada nuevo que decir, reinterpretamos lo viejo… ¡Ya me gustaría saber si ese secreto lo fue finalmente porque así lo quiso la Virgen o por expreso deseo de la curia, que se afanó en amordazar las lenguas de los pastorcillos, que como las de todos los niños, acostumbran a ser de tradicional inquietas!
- ¡Eso sólo Dios lo sabe!
- Y el Papa, no lo olvides. Porque todos los secretos del Cielo, pasan antes por el Vaticano y sólo de convenir a sus intereses, en cincuenta o cien años –o nunca-- son desvelados. Pero a lo que nos ocupa... ¿Te parece que el Papa, con esas declaraciones sorprendentes, está por la labor de impedir que más menores sean mancillados por las sucias manos y las negras intenciones de religiosos sin escrúpulos? ¿Y lo hace más por conciencia o alarmado porque hasta una asociación de teólogos haya reclamado su dimisión? ¡Pedir la dimisión del Papa! ¡Si San Pedro y San Pablo levantaran la cabeza…!
- ¡Fíjate que el fiscal vaticano para la pedofilia reconoce 3000 casos en ocho años…!
- No sé qué me da más miedo, si esos casos conocidos de abusos en 8 años o que haya un fiscal vaticano dedicado exclusivamente a la pederastia. Tenemos que llamar a Garzón. Creo que anda por La Haya.

sábado, 1 de mayo de 2010

De mis soledades vengo... A mis soledades voy

- No necesitamos tanto de la ayuda de nuestros amigos como de la confianza en esa ayuda, dijo Epicuro de Samos, filósofo griego que decidió nacer en esa época cuya cronología contamos al revés, por culpa del nacimiento del profeta precursor del cristianismo, en cuya fecha se parte en dos la Historia: antes de y después de.
Normalmente, salvo el vino, nada se escapa de los efectos nocivos de la antigüedad; sin embargo, 2.300 años después, el pensamiento sigue teniendo su vigencia para quienes en realidad nunca recurrimos a los amigos, pero a los que por contra, nos gusta saber predispuestos a ayudarnos si llega el caso. Eso nos relaja y tranquiliza dejándonos sobre la piel un suave roce de dicha, de la que la mayoría de las veces no somos conscientes.

- Quizás ha llegado el momento de dividir la Historia en tres partes: antes de, después de y del desencanto.

«Año 1 del desencanto... No está mal. Seguramente se podrá encontrar una nomenclatura mejor, pero no más acorde con la realidad, para definir esta época nueva en la que algunas cosas no solamente no son como fueron antaño, sino que se mueven cuesta abajo, lanzadas a toda velocidad, sin la más mínima esperanza de recuperar aquella disposición a mantener las formas, los ideales y las costumbres.»

- ¿Tú piensas igual? -te pregunto, no tan sorprendido por tu afirmación anterior, que equivale a una cierta aquiescencia, sino por la gratificante impresión de haber encontrado un mirlo blanco, aunque esa sea la definición que por defecto te otorgo, cada vez que pienso en ti- ¿Crees que tanto hemos cambiado?

- ¡Por supuesto! ¿Acaso tú no? ¿No es eso lo que percibes cada día?

«Lo que percibo cada día, es una mayor sensación de arraigo en la soledad, y ese, siempre lo he pensado, es un buen sitio para visitar pero un mal lugar para residir».
Cierro los ojos y docenas de fotogramas archivados en mi memoria, se plasman tras mis retinas en fogonazos consecutivos que no hacen más que aumentar ese sentimiento de pérdida, inevitable a causa de los años transcurridos.

- Sí...
Y me entrego a un largo mutismo que tú sueles respetar siempre y que sé que esta vez tampoco profanarás.

El silencio es bello, cuando no hay nada que decir porque no hay nada que se pueda hacer.
Te enfrascas en la lectura del periódico, pero soy consciente de que la abandonarás para escucharme atentamente de nuevo, como haces siempre, cuando logre escapar de esta prisión momentánea, que tal vez haya sido hilvanada con más fibras de melancolía, que de reproche.

Jordi Estadella en una imagen del año 2000


- Se me mueren los amigos... -apenas un bisbiseo apagado de tristeza, basta para que dobles de nuevo el diario y te aprestes a escucharme otra vez- Ayer se me fue para siempre Jordi Estadella, a quien conocí en una visita que me hizo en mi propia casa, cuando yo no era más que un adolescente imberbe; en aquella visita, me dijo y me hizo pensar de verdad en que yo era realmente bueno en algo, y ese fue el inicio de una pequeña relación profesional... Y años atrás, murió Pedro Heredia, responsable de la promoción de una discográfica importante (más entonces que ahora), guionista en Radio España de Barcelona y que tanto me enseñó cuando me permitió acercarme a un mundo desconocido, que al correr del tiempo me dejó a las puertas de la radio a la que he consagrado media vida.
La sensación de soledad se me hace más angustiosa, no ya por la posible cercanía de un acontecimiento igual, sino por el abandono de aquellos que finalmente deciden desertar de este escenario, que abandonan cuando ya casi nadie les recuerda.
Somos flores agostadas en un jarrón que ya nadie mira, porque nada decora.

- ¿No estás cayendo en la autocompasión?

- Prefiero ser presa de la autocompasión que de la autocomplacencia. En cualquier caso, quizás sea prisionero de la tristeza, hermana gemela de la soledad, que viajan siempre juntas y con un equipaje abundante, porque iniciado el recorrido nunca saben cuándo regresarán.

- Te invito a un café.

La propuesta hace que libere mi mente de las mordeduras de la nostalgia y me apreste a aceptar, como única forma eficaz por el momento de abandonar un tren donde quisiera no haber subido y que acabará por despeñarse por el precipicio conmigo dentro.

- Acepto tu invitación.
«...De todas formas, no es posible cambiar nada. No está en las manos de las personas revertir las actitudes de los demás; somos todos y cada uno de nosotros quienes debemos ver todas esas cosas que nos acercan o separan del resto y adoptar la decisión elegida que siempre creeremos la mejor; mas, aunque lo mejor para nosotros no siempre lo sea para los demás, el sendero de la paradoja, que venimos transitando desde hace milenios, no deja de tener sorpresas desconocidas en cada recodo al que nos asomamos. ¡Quién sabe!»

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sábado, 3 de abril de 2010

¿Es siempre justa la Ley?

No puedo estar más de acuerdo contigo.
Todo lo que me cuentas no hace sino afirmarme en la idea de que nuestros políticos, han olvidado el motivo por el que fueron aupados hasta el sillón que calientan cada día y del que no se levantan, como no sea para criticar a sus oponentes sin hacer de paso una crítica para sí mismos.

- No sé de qué te sorprendes, –me llama poderosamente la atención tu gesto harto expresivo que indica una percepción desconocida- ya que no debería ser nuevo para ti que yo esté en general, de acuerdo con las ideas que compartimos y aunque es verdad que a veces me sacas de mis casillas, en el fondo siento una gran satisfacción por encontrar en ti el oponente perfecto para una conversación en la que no prime el Pensamiento Único publicado por Ramonet.

Ya he captado toda tu atención. Lo sé porque has dejado de moverte con ese gesto tan tuyo, consistente en balancearte sobre tus zapatos al tiempo que estrujas los dedos de tus manos fuertemente apretadas.

Te quedas a la espera de que prosiga, pero no será por mucho tiempo.

- Desde la entrada en funcionamiento en muchas ciudades del vehículo oficial de la guardia urbana equipado con cámaras fotográficas, un colectivo de personas en particular (además de la población en general) ha sido perjudicado en gran medida: el de los conductores discapacitados físicos, ya que al no tener en su vida diaria otro modo de desplazamiento mejor que el automóvil, se ven en la obligación de ir con él a todos los lugares en que se desenvuelven.

- ¡Y a casa porque no cabe en el ascensor…!

Sonrío ante la ocurrencia de tu comentario, porque sé que no has querido hacer un chiste fácil, sino expresar una gran y triste realidad: que hay personas que no pueden despegarse del asiento del conductor, si quieren disfrutar mínimamente de una vida bastante complicada en sus circunstancias.

- Van al colegio cuatro veces cada día para llevar y traer a sus hijos, compran el pan, la carne, el pescado, la fruta,… Y en definitiva, no hay un solo lugar al que no deban acudir a bordo de su coche. –El conato de nerviosismo que te abordó tras tu comentario anterior parece que te ha abandonado y para no permitir que regrese, prosigo con aire distraído.- Y, naturalmente, como lo que más les cuesta es caminar, se ven obligados a dejar el vehículo lo más cerca posible del establecimiento al que acuden, "abandonándolo" momentáneamente para poder realizar aquello para lo que se desplazaron a ese lugar.

- Como es lógico, siempre dejan el automóvil identificado con la tarjeta de aparcamiento para discapacitados y con las luces intermitentes de emergencia encendidas, ya que, como nunca encuentran una plaza de aparcamiento libre cuando la necesitan, no hay otra solución que dejarlo en doble fila, pisando un paso de peatones,…

- Después vendrá la odisea de subir de la calzada a la acera, si es que pueden encontrar entre los vehículos estacionados un hueco lo bastante amplio como para pasar entre ellos… Especialmente si van en silla de ruedas y siempre que las motos en la acera no formen una barrera más compacta que la de los coches…

«No lo puedo evitar: cada día estoy más satisfecho de que un día, hace tanto, se cruzaran nuestros caminos…», pienso mientras vuelvo a responderte con una sonrisa y me pregunto con quién podría hablar como lo hago contigo.

- ¿Son entonces los discapacitados unos infractores contumaces?
En realidad es una pregunta retórica que me hago a mí mismo, aunque parece que la esperabas porque sueltas, con una celeridad que me provoca un respingo, la idea que hierve en tu cerebro.

- ¡NOOO! Son personas con grandes dificultades para moverse y para aparcar cerca de su destino el objeto en el que se trasladan y que no pueden guardar en su bolsillo…

Y es entonces cuando espero que, ahora sí, hagas el chiste, cuando vuelves a reafirmarme mi absoluta simpatía por ti.

- Si ante esa infracción actuara un agente municipal a pie, al extender la sanción se tendría que acercar al coche y podría apreciar la tarjeta de aparcamiento y comprender que no está allí por el abandono o desidia de su conductor… Mas, como los ayuntamientos han provisto a sus policías con los medios más sofisticados que hoy permite la tecnología, ahora la sanción viene precedida por una foto tomada desde un automóvil en marcha, con dos agentes en su interior que no se bajan del mismo (¡Para qué! Si van tan cómodamente dentro…) y que por lo tanto, no perciben ese detalle expuesto en el salpicadero.

- ¡Cierto! Y figúrate que al retornar al vehículo, su propietario ni siquiera sabe que ha sido multado. Recibida la notificación, sólo le restan dos opciones: pagar o recurrir. Pero como no podría pagar todas las multas expedidas en un año, presenta el recurso. Ahora bien, ¿cuántos deberá interponer en su vida? ¿Y qué pasa si, pese a todo, la infracción es considerada "Grave" o "Muy grave" y se da traslado a la Jefatura de Tráfico tras desestimarlo…?

- ¡Pues que además de acabar pagando podrá perder puntos de un permiso conducir que le posibilita moverse por el mundo sin ataduras! Es legal, pero… ¿Es justo?

Esa es la pregunta. ¿Es siempre justa la Ley? Pero vuelve a ser una pregunta retórica, ya que no espera respuesta, aunque está bien plantearla.

- Quizás deban pensar en hacer sus compras en otras ciudades donde no circulen esos coches con cámaras y aún puedan confiar en la comprensión del policía que se desplaza a pie… Pero aún queda el asunto de los colegios para quienes tienen hijos: ¿Les dejarán que vayan y vengan solos?
Es de suponer que deberán seguir arriesgándose cada día.


- No sé qué pensarás tú al respecto –me miras fijamente, muy serio- pero pese a todo lo expuesto, creo firmemente que las policías locales deberían ser más tolerantes con sus ciudadanos discapacitados…

- Pues, pienso… -demoro la respuesta para observarte atentamente mientras pongo un poco de orden en la canana repleta, no de balas sino de palabras, que pugna por vaciarse haciendo salir atropelladamente de mi garganta una queja que no llegará a ninguna parte- Pienso que parece razonable pedir que se proceda de manera sistemática por parte de las policías locales (antes de la emisión de la sanción), a verificar si la matrícula del vehículo infractor captada en la foto se corresponde con la de alguno que previamente haya sido registrado a nombre de una persona con discapacidad, ya que ese es uno de los primeros trámites que se realizan al comprar el coche, al incidir de forma directa en la exención del impuesto de circulación y matriculación del mismo.

Me tomo un minuto para dar un largo trago del agua fría que llena mi vaso, mientras pienso en qué estará más fría: el agua o la conciencia de algunas personas. Al fin y al cabo, quien activa la cámara, quien busca los datos de la matrícula pero no busca los datos que caracterizan de manera unívoca al conductor, quien desestima el recurso y notifica a Tráfico una falta grave o muy grave, quien podría haber evitado todo eso porque al fin y al cabo solo fue un coche en doble fila que no molestó a nadie, que no impidió la salida o circulación de nadie y que permitió a su conductor andar menos de lo que hubiera podido… ¿No es una persona?

Dejo el vaso sobre la mesilla y por el rabillo del ojo percibo tu paciente espera ante lo que sabes que todavía tengo que decir.

- Si se hiciera eso, se conseguiría evitar a los conductores discapacitados los permanentes recursos a las sanciones por esos motivos. A fin de cuentas, si la tecnología vale para sancionar, también debería servir para evitar molestias y angustias. Y si ya existe un censo de personas con discapacidad, no parece difícil, cruzando los datos, saber que el infractor es un integrante de ese colectivo. A partir de ahí, bastará razonar si la sanción es merecida o no.

- Y no pretendo que se perdone no respetar un semáforo rojo, stop, paso de peatones,… Mientras se circula. Esas conductas deben ser sancionadas y, si proceden, incluso con la retirada del permiso de conducir. Al hacer esta reflexión, pienso en esos ciudadanos que realizan estacionamientos prohibidos por la ley pero obligados por unas circunstancias físicas irremediables…

- ¡Venga! Te invito a comer.
Yo conduzco…, Tú aparcas.



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domingo, 7 de febrero de 2010

El reloj de oro

Encuentro un gran placer en todas esas conversaciones que tenemos de tanto en tanto.
Tal vez no sean como aquellas célebres tertulias que se mantenían a principios del siglo pasado e incluso mucho antes en lugares como el Nuevo Café de Levante donde, desde finales del siglo XIX hasta la guerra europea, tuvieron cabida las más importantes tertulias de Madrid. Con razón decía Valle-Inclán que, «el Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias».

Y no nos olvidemos del Café de Fornos, denominado a partir de 1909 como el Gran Café, que acogía la conocidísima de Vital Aza, en las madrileñas Alcalá con Peligros y que es ya sólo un recuerdo en la nostalgia de los más viejos, de los que ya por cierto quedan pocos.
De aquellos viejos, porque está claro que de los viejos de ahora hay unos cuantos, entre quienes ya deberíamos incluirnos tú y yo.

Lo de descabalgar la pierna que tenías cruzada y removerte en la silla mientras te mesas el mentón, me hace sonreír para mis adentros, al percatarme de que el comentario no te ha gustado demasiado. Te observo con atención y aprecio esa sombra velada en tu mirada que trasluce toda la impotencia que sentimos hacia lo irremediable.

- Lo bueno, pese a todo -te digo para relajar un tanto tus pensamientos- es que después de tantos años de trabajo, podremos disfrutar del descanso y de nuestros nietos en la jubilación, mientras vemos cómo pasan las horas en el reloj de oro que nos regalarán al marcharnos de la empresa y…

- “¿Un reloj de oro?” –no es la pregunta lo que me ha forzado a detenerme en lo que te contaba, sino la tormenta que de súbito se ha desatado en tus ojos y la furia que me transmites a través de tus palabras- “¿Un reloj como ese que se supone les regalaban a quienes habían dedicado toda su vida a engrasar los engranajes de la buena marcha de una empresa?”.

- Ese mismo reloj, sí. –te digo, perplejo ante la reacción airada a mi comentario, mas como creo conocerte bien, opto por el silencio mientras me dedico a observarte a la espera de que me lo expliques- ¿Acaso no es lo acostumbrado?

“¡Un reloj de oro!”, escupes entre dientes con tal desprecio, que empiezo a pensar en que tu inquietud primera ante la certeza de la cercanía de la vejez, ha pasado a un segundo y lejano plano a causa de algún recuerdo que he despertado con el dichoso reloj.

Te encierras en un mutismo hermético mientras contraes el rostro en una expresión de absoluta fiereza y yo me dispongo –una vez más- a soportar el vendaval que se avecina, fruto de la ira que te roe las entrañas y que mantiene una palpitación firme en la venilla de una de tus sienes.

- “Resulta que una entidad bancaria, el BBVA por más señas, anda en pleitos con un empleado o ex empleado suyo, qué más da, por un reloj de oro”.
- ¡No puede ser! –discrepo de tu información absolutamente convencido- ¿Cómo va a regatear el BBVA un reloj de oro a uno de sus empleados después de…
- “¡45 años de servicio!" -sueltas triunfante, como quien estampa sobre la mesa 4 ases en una partida de cartas- "¡45 años!" –repites por si no me he enterado bien- "Y al término de los cuales, le entregan un pergamino y en lugar del reloj le proponen darle una bandeja de plata grabada”.
- Pero, ¿lo dices en serio?
- “¡Y tan en serio! ¡Como que está en los periódicos…! Ahí andan de pleitos, porque si el juzgado dice que el reloj debe tener un valor de 2700 €, la entidad dice que 600 €….”

No sé de qué me sorprendo. Acaso, de un primitivo sentimiento de confianza en las personas, que a la postre, también son quienes dirigen con su esfuerzo diario potencias financieras como la que nos ocupa.
Aunque no te lo digo, me paso inmediatamente a tu bando, el de quienes se indignan ante procederes de esta naturaleza impía y de una bajeza moral sin paliativos.

Pero intento romper la tensión del momento, añadiendo algo que he leído y que está relacionado con el mismo banco.
- Seguramente, eso es porque tienen que reponer los fondos que se les van en los sueldos de vergüenza que pagan a sus altos directivos; sin ir más lejos, al presidente le han ‘congelado’ la pensión en 79 millones de euros… Pues, un poquito ahorro en el reloj de oro que no se le da al trabajador que al fin se marcha, ¡ya era hora, después de tantos años!, lo que se recauda por comisiones a los clientes que, ¿qué se habrán creído, que todo va a ser gratis? y todo lo que se pueda rebañar por intereses de hipotecas y préstamos… ¡Y ya tenemos los 79 millones!
- “¡Este es mi chico!" –percibo cierto retintín en la exclamación, que me resulta vagamente familiar- "¡Sí, señor! Así mismito es".
- Pero bueno, -no debo dejar que te veas con el triunfo en la mano o el próximo día nuestra tertulia puede ser para ti un paseo militar- la verdad es que la entidad también ha suprimido las indemnizaciones por cese de sus altos ejecutivo, con lo que también se ahorra una ‘pasta’ y el presidente renuncia a casi 94 millones a los que tendría derecho, si prescindieran injustificadamente de sus servicios.

Me detengo al contemplar ese pliegue en la comisura de tus labios, reflejo de tu abatimiento ante lo que creo es la certeza por tu parte, de que nuevamente te estoy dejando solo en tus reproches a la humanidad.
Una sacudida en mi interior, me advierte que eso no se le hace a quien, definitivamente y dejando a un lado las frivolidades, ‘tiene más razón que un santo’.

Poniendo mis manos con firmeza sobre tus hombros, te miro fijamente a los ojos y te digo que toda tu ira, toda tu desesperación, no serán capaces de cambiar uno de los motores más sólidos en la historia del hombre: la codicia.

- ¿A quién le preocupa que ese trabajador tenga o no un reloj de oro? Yo te lo diré. Le interesa a él mismo y también a nosotros. Porque más allá de lo necesario o no que pueda serle para saber la hora, se lo ha ganado en 45 años de trabajo durante los cuales ha tenido que lidiar con trabajos que no siempre estarían bien pagados (negar una hipoteca, por ejemplo, la denegara él o simplemente tuviera que asistir como testigo) mientras los que se llevaban los billetes doblados son los que ahora le niegan ese derecho adquirido.

Ahora sé que estás verdaderamente satisfecho. La venilla ya no emite pulsaciones y tu mirada transmite una franca alegría, apagada en los últimos minutos.

- Anda, dejémoslo por hoy e invítame a una cerveza. Sin alcohol, ya lo sabes. La segunda la pagaré yo. En agradecimiento a esta amistad que nos une y nos permite charlar de lo divino y de lo humano.

La sonrisa que finalmente distiende tu rostro, me hace pensar que hoy pagaré yo las cuatro cervezas. Te lo has ganado. Harían falta más almas como la tuya; tempestuosas para pregonar las injusticias, pero nobles para ser capaces de percibirlas.

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sábado, 23 de enero de 2010

Todavía tanto por hacer

- Te confieso que hoy, me he emocionado de verdad.

Al parecer, te interesa lo que cuente y adoptas una postura cómoda mientras esperas que te aclare el origen de mi emoción sincera. Metes la mano en el bolsillo y extraes algo que al pronto me parece una cajetilla de cigarrillos… Pero no, no es eso. Rebuscas en su interior y me percato de que son caramelos, cuando introduces uno en tu boca. “¿Cuándo has dejado de fumar?”, me pregunto perplejo ante lo que considero un firme propósito concebido con el inicio del nuevo año. Pareces no notar mi presencia, ya que te concentras en paladear el dulce mientras te acomodas con verdadera parsimonia.

Al fin, ya rendida por completo tu atención, me miras y arqueas una ceja invitándome a contarte de una vez lo que me ha emocionado tanto.
- La SGAE, por boca de Caco Senante, ha donado 20.000 € destinados a Cruz Roja, en un programa especial de televisión cuyo objetivo era recaudar fondos para los damnificados por el terremoto de Haití…

Tu respuesta me coge desprevenido, porque lo que esperaba, era algo bien distinto; no sé qué, pero diferente:
- “…Eso es que quieren hacer un lavado público de imagen, al tiempo que dejan entrever que el dinero que no se llevan los piratas musicales de internet, lo destinan a causas humanitarias”.
Y te concentras de nuevo en paladear el sabroso caramelo.

- Probablemente...
Así. Como sin querer entrar en una discusión porque te juro, que ver cómo las palas excavadoras recogen los cadáveres y los amontonan como si no fueran seres humanos llenos de vida hace tan solo unas horas, con algunos sueños por realizar, me ha sobrecogido el alma.
- Sin embargo –como contraviniendo mi primera afirmación- pese a ser un buen gesto, no me ha pasado por alto la propaganda que se hacía del hecho, que ha sido anunciado con toda la pompa que se le suele dar a este tipo de acciones.

Al parecer, estás en disposición de seguir escuchándome porque has dejado de darle vueltas en la boca al caramelo –“¿es que será de piedra y no se desgasta nunca…?”- y me observas con atención a la espera de que prosiga.

- A mí, ya lo sabes, siempre me ha gustado que lo que hace la mano izquierda no lo sepa la derecha… ¡Y no! No me refiero a ideologías políticas. Quiero decir que me gusta más escuchar que alguien prefiere no dar su nombre pero sí una suculenta suma, a escuchar el nombre y los apellidos de quien sólo persigue comprar el agradecimiento con una mísera cantidad del mucho dinero que tiene... Aunque esa miseria sea muy generosa.

Porque no parezca que te preocupa más el caramelo que lo que te cuento, o por lo que sea, afirmas convencido con la cabeza mientras tus labios se contraen en una expresión pensativa y tu mirada se pierde en la lejanía.
Espero paciente tu reflexión, porque ya estoy convencido de que estás cocinando algunas ideas. Al fin, murmuras que “éste es el momento de que los artistas promuevan conciertos benéficos en todos los lugares del mundo, porque va a hacer falta mucha generosidad humana para paliar un poco el desastre generado por la Naturaleza…”.

Vuelves a enfrascarte en marear tu caramelo y yo pienso en lo acertado de tus palabras.
- Si queremos, podemos; pero aunque estoy de acuerdo contigo, no necesitamos pagar para ver a unos cantantes en un escenario, sino que podemos hacer sin más lo que nos dicta el corazón... Sin que nos remuevan la conciencia desde una tribuna.

Te encierras en un solemne silencio y yo me afano en deshilvanar la maraña de mis pensamientos.
Y sin aviso previo, me asalta de pronto el recuerdo de algo que leí, pero a cuyo autor he olvidado:
"Tanto das, tanto eres… Y tanto eres, tanto vales”.
Las buenas ideas perduran en el tiempo como una huella profunda e imborrable, aunque haya desaparecido el pie que la formó.

Hoy es por Haití.
Mañana,…

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Cada uno es dueño y esclavo de su miedo

Te confieso que verte con mascarilla me ha impresionado… Y también que, en contra de nuestra costumbre de años no hayas querido darme la mano para saludarnos como todos los días.

Pero no me sorprenden tanto esos detalles, como el hecho de que provengan de un hombre bien informado. Sé lo que motiva tantas precauciones por tu parte, pero te hago notar que probablemente todos nos hayamos vuelto paranoicos.

Pese a que todos los días nos estén bombardeando desde los informativos con nuevas muertes de personas infectadas por la Gripe A, sabemos que la otra, la gripe común, la de cada invierno, indujo más de 8.000 muertes sólo el pasado año.
Observarás que, por goleada, es infinitamente más mortífera hasta el momento aquella que ésta y ningún día de los más fríos del año te negaste a estrecharme la mano anteriormente. Ni que recuerde, te pusiste ninguna vacuna para prevenirla.

Pero te comprendo en parte ya que parece que la psicosis es colectiva. Hay empresas que quieren proveer a sus trabajadores de ordenadores portátiles para que no asomen la nariz por el trabajo para evitar infecciones; la idea me parece fantástica pero para todo el año, así que, a ver si se propaga más deprisa que la gripe, porque trabajar en casa tiene que ser menos estresante y a la postre más productivo.

Pero lo que de verdad me ha matao es que los bancos nos inviten a hacer nuestras gestiones por teléfono o por internet… ¡Ah no! ¡Eso sí que no! Si tienen mi dinero, me van a tener que seguir atendiendo en la oficina y si quieren hacer como tú, que se pongan mascarilla ¡y guantes!, que quienes tocan más dinero son ellos y ya sabemos que el dinero es una fuente segura de propagación de gérmenes… ¡Como que se han creído que les voy a facilitar que despidan gente de ventanilla por hacer yo mis gestiones sin ir a la oficina!
Ya lo hicieron las petroleras, que nos obligan a poner el combustible y encima lo cobran más caro.

Otra cosa son las medidas que deberán tomar quienes viajen en transporte público o se muevan entre grandes aglomeraciones de gente. Parece adecuado que se protejan nariz y boca.
Te ríes bajo la mascarilla y te confieso que me gusta, porque así es como hay que tomarse la vida: no como un chiste, pero sí con optimismo. Aunque te aseguro que seguiré tomando las mismas medidas de antes de que apareciera esta fiebre (cubrirme la cara cuando tosa o estornude, mantener una cierta distancia entre mi interlocutor y yo –ya sabes, por lo de las gotitas de saliva al hablar- y lavarme las manos con frecuencia), no negaré mi mano a quien me la pida ofreciéndome la suya. Y si luego me las tengo que lavar por si acaso, pues me las lavo y se acabó.
¡Y quítate la mascarilla, por Dios, que me estás poniendo enfermo!

Sobre la grupa del H1N1 cabalga uno de los más pingües negocios para los laboratorios farmacéuticos, que no están ahí para salvar gratis a la Humanidad, desengáñate, sino para forrarse de forma descarada a su costa.

Yo lo tengo clarísimo: no me pongo la vacuna a no ser que me pongan una pistola en el pecho. Y según leo, en Alemania, se pondrán dos vacunas distintas: una para la plebe (con sus posibles riesgos secundarios) y otra para la clase privilegiada (incluida la canciller Angela Merkel) y el ejército.

Digo yo, que es evidente que hay riesgos, aunque como siempre, esos quedan reservados a nosotros. La canciller se ha apresurado a decir que se pondrá la misma que todo el mundo, pero ¿quién se cree ahora ese cuento?

Pese a todo, te seguiré ofreciendo mi mano. Si por miedo no la quieres estrechar, será algo que te pierdas, porque la energía que yo te transmita con ese gesto, será mayor que la furia que temes te pueda transmitir un virus cuyos “estragos” están aún por demostrar.

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Otro pueblo elegido

“El verano da para lo que da”, me dices mientras me plantas en la cara una foto de periódico que muestra la imagen en bikini de la vicepresidenta del gobierno, en una playa barcelonesa.
Te respondo que luce mejor tipo que vestida, lo cual resulta sorprendente teniendo en cuenta su edad –la que sea- y unto la reflexión con un comentario sobre su gesto agrio, tal vez debido al hecho de haber tenido que abandonar la playa porque ese día se vio un tiburón merodeando por la misma.

Me miras como si fuera un marciano que acabase de aterrizar y te mofas de mi diciéndome que tal vez me haya dejado caer de ese planeta, aprovechando que la noche pasada ‘Marte estuvo más cerca de la Tierra que nunca’, según ese bulo que cada año en Agosto engatusa a todo aquel dispuesto a creerse lo primero que le digan.

Le atizo un trago largo a mi refresco –no de cola, porque no tengo que conducir y por lo tanto no es preciso que me mantenga despierto- y mientras las burbujas me estallan en la frente, te observo por encima del vaso esperando tu próximo comentario que sé, porque te conozco, no ha de tardar en llegar.

Mueves la cabeza de un lado a otro –atención- y tus ojos se pasean por el diario devorando lo que quiera que sea que no has de tardar en compartir conmigo.
Le doy otro sorbo al refresco y me preparo.
“¡Aquí tienes!” -¿para qué quiero leer el periódico, si tú ya me remarcas los temas de actualidad?- “La reina del pop es abucheada en Bucarest durante un concierto”. Y sigues leyendo en voz baja.

Pienso que por la reina del pop te referirás a Madonna, artista a la que conocí por primera vez en un inmenso póster que Xavi, el hijo de unos buenos amigos, tenía en su dormitorio de adolescente y me da por pensar en qué era más grande: si el inquilino de la estancia –con sus dos metros de estatura- o la foto de la cantante…

Vaticino que tras lo que me digas, esta mujer que nunca me cayó ni bien ni mal, me va a gustar. Como sé que esperas te demuestre mi interés, pregunto: ¿Qué ha hecho esta vez, ‘montarse un concierto con el guitarrista en el escenario?’.

Menos mal que las miradas no matan –al menos las tuyas-, porque habría tenido que presentar la baja por defunción… “¡Ha defendido a los gays y a los gitanos contra el racismo que sufren en Rumanía!”
Ya está: explotaste.
¡Ésta es mi chica! -te digo para templar los ánimos-, pero no sueñes en cambiar el mundo, siempre será igual. Dios aniquiló Sodoma y Gomorra por las prácticas homosexuales de sus habitantes –entre otras cosas- y hasta donde recuerdo, Jesucristo no rompió una lanza en su favor, aunque en cambio sí dijera aquello de ‘poner la otra mejilla’ para erradicar la práctica del ‘ojo por ojo’…

Sus ministros en la Tierra no solamente callan, sino que cuando hablan, lo hacen para herir. ¿Qué esperas de la gente? ¿Un milagro? Lo deseable hubiera sido que el crucificado hubiera defendido a los homosexuales allá donde su Padre no lo hizo…
Y si los defendió, los evangelistas lo callaron por vergüenza... Como está demostrado que callaron otras cosas que no interesaba al negocio que se estaba fraguando y que lleva dos mil años de beneficios.

¡Y qué te digo de los gitanos! Ojalá a un director de cine español le interese algún día dejar de contar historias de la Guerra Civil y nos cuente en imágenes La Gran Redada, esa persecución autorizada en 1749 por el rey de España, Fernando VI, para arrestar y exterminar a todos los gitanos del reino.

Ya ves. Antes que los nazis, fuimos nosotros. España contra otro pueblo elegido. Aunque esta vez, no lo haya sido por Dios. En su honor, te recuerdo lo que dijo Federico García Lorca en el Romancero Gitano: “…El gitano es lo más elemental, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal…”.

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Respiro familiar

Sé a qué te refieres cuando dices, con un amago de tristeza en la voz, que nos estamos deshumanizando. Y añado que, además, también nos estamos desprofesionalizando. Y si malo es lo uno, no lo es menos lo otro.
Con lo primero, nos quedamos vacíos al perder la esencia de lo que nos hace únicos. Con lo segundo, nos volvemos incompetentes para desempeñar el cargo por el que nos pagan, las más de las veces, harto más que bien.

Levantas una ceja y me invitas a que me explique. Te cuento que hace poco, hablaba con una señora mayor a la que dicté una combinación de 20 dígitos que ella anotó de dos en dos, al parecer sin problemas. Cuando le pedí que me los repitiera para comprobar que no se había equivocado, me dijo que eso no podría hacerlo porque es completamente ciega.

La señora vive, parece que sus últimos años, en uno de esos centros de la zona más altiva de Barcelona. Es un lugar al que pido información que me envían literalmente en estos términos:
“…son plazas residenciales en habitaciones dobles y individuales, todas exteriores, con vistas panorámicas, aire acondicionado con termostato individual, televisión con digital Plus, conexión a Internet, teléfono, armario individual con llave, baño geriátrico adaptado, camas articuladas …” “…Las tarifas dependen del tipo de habitación (…) y del tipo de dependencia del residente (válido o asistido). Son desde 2.700 euros hasta 3200 euros (IVA 7% no incluido).” “Estancias temporales o permanentes. Recuperaciones y rehabilitaciones de fracturas. Periodos vacacionales. Respiro familiar”.

Cuentan además con “Personal sanitario con cobertura 24 horas, fisioterapia y rehabilitación, soporte personal y familiar, Trabajador Social, valoración geriátrica individual, programas de estimulación cognitiva, terapia ocupacional y animación, área médica asistida, (…) servicio religioso (capilla), cocina propia, desayuno en habitación, cafetería (con terraza en el porche y acceso a la zona ajardinada), servicio de lavandería, visitas programadas fuera del centro, amplios jardines y terraza solárium, zona de petanca, quiosco de prensa, parking propio, Centro de Día (…)”

En fin, el Paraíso en la Tierra. Pero la señora, que no puede ver y que está pagando entre 2.700 y 3.200 Euros (se supone que al mes) más el 7% de IVA, vuelve a ponerse al teléfono (que ha dejado para buscar ayuda) para decirme que no hay nadie que pueda confirmarme por ella, que lo que ha anotado es lo correcto.

En un centro profesional y especializado, a las 12 del mediodía, NO HAY NADIE que ayude a una invidente a leer un papel.
En cualquier calle del mundo, a cualquier hora del día, una persona ciega pide ayuda para cruzar una calle, bajar unas escaleras, leer un rótulo… Y hay cola por atenderla. Y gratis. Eso es Humanidad, que afortunadamente todavía queda.

Ni te cuento lo que me alegra comprobar que no estás del todo en lo cierto. A esta mujer, que paga una fortuna cada mes (y eso que la paga), nadie la ayuda. ¿Ves a qué me refiero cuando digo que hay un alto grado de incompetencia en algunos mal llamados profesionales? Supongo que te quedas con las ganas de que te diga el nombre de ese paraíso…
¡Para qué! ¡Si fuera uno solo…!

En lugar de eso, te digo que hay muchos más centros en los que esta mujer no habría sufrido ese abandono. Pero como la semilla de la célebre parábola, ha tenido la mala suerte de caer en terreno yermo. De aquí no recogerá cosecha alguna. Lo siento por ella y por todas las personas que como ella, sufren todos los días eso que la publicidad enviada por el centro define como “respiro familiar”.

Apunte (24 horas más tarde): La señora me vuelve a llamar y me pone al habla con una mujer que me repite la numeración de veinte dígitos...

Tal vez fuera por su persistencia en reclamar ayuda, pero, ¿ves como todavía queda alguien que tiene humanidad y profesionalidad al mismo tiempo?
Aún queda un resquicio para la esperanza.

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El mejor amigo del hombre

Te plantas ante mí con el ceño fruncido y el rostro contraído en un rictus furioso, los ojos despidiendo llamaradas que amenazan con incendiar cuanto se cruce en tu camino… Me miras fijamente como si esperaras que yo dijera algo, pero yo me limito a devolverte la mirada en silencio, mientras aguardo a que me cuentes de una vez qué es lo que origina ese ataque de ira que amenaza con reventar las venas de tu cuello, incapaces de dar fluidez al recorrido de tu sangre, seguramente espesa por lo que quiera que sea que te ocurre y que, eso espero, tarde o temprano me contarás porque para eso estás frente mí.

Me dispongo a escucharte con atención, porque algo en mi interior me dice que lo que tengas que contarme, será importante. De otra forma, no tendrías el semblante grave y hosco.

Por fin explotas y comienzas a contarme lo que te pasa… En 2008 se celebró un macroconcierto en Madrid en el que cantaron de forma altruista entre otros, Miguel Bosé, Andy y Lucas, Rosa, Pitingo y David DeMaría. Era un espectáculo a beneficio de tres organizaciones integradas por familias afectadas por ‘enfermedades raras’ -la Asociación de Afectados de Neurofibromatosis, la Asociación Española contra la Leucodistrofia y la Asociación de Esclerosis Tuberosa- que esperaban recaudar fondos para la lucha contra estas enfermedades, pero que no solo no consiguieron beneficios sino que tuvieron pérdidas…

Haces una pausa y me miras a la espera de un comentario por mi parte que no llega, porque prefiero que continúes y me digas finalmente lo que te ha ofendido tanto.

…Pero lo triste -prosigues- no es solamente que los organizadores tuvieran pérdidas con el concierto, - estallas-, sino que la Sociedad General de Autores y Editores, la omnipresente SGAE, a la que nos encontramos hasta en la sopa, la que entrará un día en nuestro cuarto de baño para cobrarnos derechos de autor por la cancioncilla que destrozamos mientras nos afeitamos, se había desplazado expresamente al concierto para verificar el número de entradas vendidas y por supuesto para cobrar…

Llegado a este punto, la ira que amenaza con provocarte un infarto, se abre camino por tu boca en forma de grito que me hace dar un respingo en la silla.

…¡Y no satisfechos con el dineral que se llevan todos los días con el dichoso canon que tenemos que pagar por el cd en que guardamos nuestras fotos, ¡que son nuestras!, se permitieron la desvergüenza de cobrarles 3.300 euros a los organizadores del concierto, cuando ni siquiera los cantantes no habían cobrado…!

Ahora lo comprendo.
Mientras noto una náusea que amenaza con escaparse de la garganta, recuerdo el titular de una noticia similar que hablaba de que la SGAE cobró 5.600 euros de un concierto benéfico en el que actuó David Bisbal con el propósito de salvar la vida de un niño almeriense de seis años afectado del Síndrome de Alexander y cuyo cuidado requiere de un carísimo tratamiento.
Recuerdo también haber leído que la SGAE cobra derechos de autor de casi 800 conciertos benéficos al año.

Estamos en sus manos –te digo al fin, agotado por tanta avaricia legal- y nada podemos hacer, porque el Gobierno está de su parte, como ha demostrado en repetidas ocasiones. Y aunque no es la primera vez que, como en ese concierto del niño almeriense, ante la polémica, la SGAE ha reembolsado el dinero cobrado en un acto benéfico, su afán recaudatorio ha quedado más que demostrado.

Así se le indigeste todo dinero recaudado en acontecimientos humanitarios que sólo persiguen el bienestar de las personas… -Murmuras, mientras te alejas soltando entre dientes unas cuantas imprecaciones-.

Y yo, no sé por qué, me acuerdo de aquella frase del abogado y político estadounidense George Graham Vest “el perro es el mejor amigo del hombre”.

Paradójico.
El mejor amigo del hombre, ¿no debería ser el hombre?

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El camino incierto de la Felicidad

Me preguntas si soy feliz y te respondo rápidamente, quizás demasiado, que sí.
Pero el Hombre es amo de lo que calla y esclavo de lo que dice, por lo que al segundo siguiente me digo que la próxima vez no debo precipitarme al hablar, que he de pensar y razonar mejor mi respuesta.

Y en éstas estoy, cuando se me ocurre que si hay algo que nos caracteriza a todos, es la búsqueda incesante de la felicidad. Una persecución que iniciamos en el momento de respirar por primera vez y cuando anhelamos el contacto suave y tibio de la piel de la mujer que nos acaba de alumbrar, a la que buscamos con ansiedad el pecho, pozo inacabable de la vida, al que habremos de asomarnos varias veces cada día.
Una búsqueda que prosigue cuando siendo aún muy niños intentamos procurarnos todas esas cosas que nos hacen sentir bien: una sonrisa, una mirada, una caricia, una frase tierna. Seguramente no conoceríamos otra cosa que la felicidad si no dejáramos de ser niños, porque es entonces cuando más nuestra es… Más nuestra de lo que lo será durante el resto de nuestras vidas.

Pero la vida, que mientras no se detiene nos hace transitar permanentemente por desiertos y oasis, se encargará de advertirnos que nada es duradero y al minuto de haberla conseguido, nos mostrará la otra cara de la felicidad, esa faz terrible de la que huimos inagotablemente: la desgracia. Así pues, ¿corremos para hallar la felicidad o para poner distancia entre la tragedia y nosotros?
¡Qué más da! Lo hagamos por una razón u otra, no dejaremos de buscar una mientras huimos de la otra.

Y mi memoria, que tiene la extraordinaria capacidad de traer a mi presente los recuerdos más lejanos, aún los más fugaces y difuminados por el paso de los años, me realiza la proyección de una historia que conocí hace bastante y que estaba narrada por el insigne Antonio Gala: la de aquel califa cordobés conocido en los libros de Historia como Abderramán III, que estaba emparentado con el mismísimo Mahoma y que perteneció a la dinastía de los Omeyas, aquel linaje árabe que ejerció el poder en Al-Ándalus, con Córdoba como capital.

Estaba reunido dicho califa con su testador, haciendo balance de su vida y, entre otras cosas, empezó a narrarle sobre lo que nos preocupa, la felicidad, más o menos así (según recuerdo y me apunta internet): “Fui rey durante cincuenta años, de la ciudad más hermosa del mundo, y, por si algún esplendor le faltaba, junto a ella construí otra ciudad aún más hermosa: la fulgurante joya de Medina Azahara.
Amé a la mujer más bella de la Tierra (la divina Azahara), y fui correspondido por ella.
A mi corte se acogieron los filósofos más profundos, los poetas más sutiles, los más inspirados músicos...”.


Y continuó la cascada de referencias a su vida, que el notario fielmente iba transcribiendo.
Hizo una pausa en su relato y añadió: “Y sólo fui feliz catorce días”.
Hizo otra pausa y concluyó: “No seguidos”.

Y es entonces, al recordar esto, cuando pienso que en mis cincuenta años, en los cuales no he alcanzado ningún reinado, como no fuera el de mi corazón, ni siquiera he contabilizado esos catorce días.
¿Contesta eso mejor a tu pregunta?

De manera que sigo mi búsqueda incansable. Y tal vez algún día, al contrario que el histórico califa, yo pueda contar mis horas de felicidad, no por días sino por años… Seguidos.

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Correos "nunca falla"

23 de Enero de 2009. En este día, mi compañera Sonia me entrega una carta recibida ese día. El correo, y el servicio de Correos (siempre eficiente), permite que dos personas puedan estar en comunicación aunque no estén familiarizadas con el email, el messenger, el móvil o el facebook, y eso es bueno por lo que representa para quien tiene algo que decir y para quien tiene algo que saber.
Los mensajeros no son en este caso las nuevas tecnologías, sino seres de carne y hueso que con su carrito a la zaga, transportan las palabras de quienes siguen confiando en un método tradicional y relativamente rápido. No tan barato pero, ¡Quién le pone precio a una conversación a distancia!

Una de las rutinas diarias más gratificantes para mi, continúa siendo abrir el buzón y encontrar noticias nuevas de alguien… Sin embargo, el único buzón que trabaja es el del correo electrónico.

La carta, una de tantas que podrían recibirse (y de hecho se reciben) en la radio, no destaca por nada en particular, como no sea por el hecho de que va dirigida a nuestros antiguos Estudios en Pompeu i Fabra, y sin embargo, su encabezamiento la hace distinta a todas.
Leo, “Mi querido locutor…”.

Comenzar a leer una carta que se inicia en esos términos, produce siempre un leve hormigueo en quien ha sido recompensado con esa familiaridad. En este caso yo. Me detengo un momento y trato de imaginar las circunstancias que envuelven a la persona que se expresa en esos términos… Parece una mujer. Y efectivamente lo es. Me cuenta sus pensamientos mientras se encuentra a varios cientos de kilómetros, en un lugar de Cáceres que no he visitado nunca. ¿Cómo será de especial? -me pregunto-, pero no me esfuerzo más y sigo leyendo…

Termino de leer emocionado la carta y vuelvo a mirar el sobre… Correos nunca falla -pienso- porque pese a la dirección equivocada, el cartero (en nuestro caso, cartera) la ha entregado en la dirección correcta.

Echo otro vistazo al sobre, esta vez con más detenimiento. Nada de especial. Sería el sobre de una carta como tantas otras,…
Si no fuera porque el matasellos, lleva impresa la fecha del…
18 de Agosto de 1997.

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Inch'allah

Cuando una mujer palestina llora por su hijo, muerto por las bombas israelíes, lo hace con desolación, con la misma desesperación con que llora una madre israelí por su hijo, muerto por el atentado suicida de un terrorista palestino, sea éste de la facción que sea.

El dolor por la muerte cruza entonces los cielos, lacerándolos con la tristeza y la amargura de la impotencia de ambas mujeres. El dolor por la muerte, no conoce credos religiosos ni políticos; lo que para unos puede representar la justicia, para otros no es más que un vil asesinato, sea éste en nombre de Dios o de los humanos.

Las mujeres, palestina e israelí, levantan los ojos a lo alto y preguntan si esa es la voluntad de quien mora allá arriba… La palestina, probablemente se resigne diciéndose que Alá es Grande… Y la israelí, tal vez murmure Inch’allah
Ahora bien, ¿Es más grande Alá? ¿Es lo que de verdad quiere Dios?

En estos días en que la existencia de Dios está en campaña publicitaria, deberíamos preguntarnos seriamente, al margen de su existencia o no, si lo que pretendemos realmente no es sacudir nuestras conciencias de la culpa por tanta ignominia, cargándole el muerto a otro. El fanatismo palestino, intolerante con sus obligados vecinos, no es más justificable que el terror sembrado por éstos y sus bombas de racimo entre los árabes de Gaza y sus territorios aledaños. Según parece, los que conmovieron a la Humanidad al ser víctimas del terror nazi, no conocen la piedad; en su ataque a quienes creen terroristas, masacran a niños, mujeres y hombres que nada tienen que ver con el terror, como no sea el que experimentan cuando presienten la cercanía de la muerte.

Israel es un estado poderoso… Y a los poderosos corresponde mostrar clemencia con los más débiles. La Comunidad Internacional no puede permanecer callada y los aliados políticos de los israelíes, deben forzar una solución a la masacre, al tiempo que deben condenar sin reservas este genocidio contra un pueblo que está siendo aplastado de manera sistemática.

Nadie debe permitir otro nuevo holocausto. Ni siquiera aunque los palestinos no sean eliminados en cámaras de gas, porque hay mil formas de morir bajo el poderío armamentístico del enemigo. Y ahora que Obama es presidente, todos esperamos que le deje bien claro a Israel que no tolerará la Ley del Talión; que debe aplicar la ley según los convenios internacionales. Respetando la vida de los civiles.

Por otra parte, como ciudadano de Catalunya, entiendo que no ha lugar a la condena que el embajador israelí pidió al president Montilla sobre las manifestaciones en Barcelona contra los bombardeos indiscriminados por parte de Israel… Pero también contra los bombardeos de Hamás, porque las víctimas inocentes siempre lo son, al margen de que vivan en Palestina o en Israel.

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¡Anda...! La cartera

Mohamed es a los árabes de Marruecos, lo que Pepe a los españoles de la península.
Pues bien. Mohamed, un ciudadano inmigrante en Catalunya, concretamente en Badalona, se busca en esta ciudad lo que nosotros (o mejor nuestros padres y abuelos) nos estuvimos buscando décadas atrás en Francia o Alemania: la vida.

Mohamed hizo cierta tarde de hace unos meses, lo mismo que hacemos nosotros cualquier día y que haríamos menos si tuviéramos una buena pasta en el banco y pudiéramos ir tirando de visa en todas nuestras compras: sacar dinero de un cajero.
Pero Mohamed hizo también algo que la prudencia aconseja no hacer nunca bajo ninguna circunstancia: dejar la cartera de la mano. Mientras se afanaba ante el cajero comprobando el saldo, para saber así de cuánto podía disponer en ese momento y presumiblemente por tener las dos manos desocupadas para manipular adecuadamente el armatoste que de tantos apuros nos ha sacado, dejó la billetera a un lado. Tal vez por la alegría de poder disponer de la cantidad deseada, tal vez por el disgusto de tener que contentarse con menos de lo esperado, Mohamed salió de la entidad bancaria con el dinero, pero sin la cartera.

Quiso la fortuna, o tal vez Alá que es el Dios de los musulmanes, con quien Mohamed debe estar en buenos tratos, que inmediatamente después que él entrara al cajero una mujer con sus mismos propósitos, pero sin cartera.
Lo primero que vio la susodicha, fue la olvidada cartera cuya pérdida no tardaría en notar Mohamed originándole una lividez casi cadavérica. Lo segundo que hizo esta buena ciudadana, fue consultar con su marido que la aguardaba en la puerta, dentro del coche con su hija. El hombre, pensó que sería más rápido y eficaz intentar averiguar el domicilio o teléfono de nuestro protagonista, que llevar la cartera a la policía o introducirla en un buzón de Correos.

Así que, con afán, investigó en todos sus recovecos en busca de un carné o una tarjeta, gracias a lo cual averiguó el domicilio de Mohamed. Una vez la señora acabó sus negocios con el cajero (automático), la familia se dirigió al domicilio de este ciudadano ya posiblemente desesperado. Una llamada al timbre del portero automático… Dos llamadas… Tres llamadas… Mohamed no está. Está buscando la cartera.

El hombre busca algo más en la dichosa cartera. Encuentra de todo: el PIN del móvil, la tarjeta de residencia, el DNI, permiso de conducir (no se fija en si hay dinero o no)… Y una tarjeta de plástico con el teléfono de lo que parece una compañía de seguros. Llama y cruza los dedos para que la operadora que le atienda, entienda lo que le va a explicar.
- Buenas tardes. Verá… He encontrado la cartera de un inmigrante llamado Mohamed (y los apellidos), asegurado con ustedes con la póliza (le dice la referencia) y estoy ante la puerta de su casa para devolvérsela, pero no me contesta nadie. Se me ocurre que si usted me facilita su teléfono, le puedo llamar para decirle que la tengo yo y que puede venir a buscarla…
Un silencio….
- Llame usted a otro piso y cuando le abran, échesela en el buzón –responde la mosqueada operadora-.
- Si hago eso, -responde el hombre- cabe la posibilidad de que este señor ya no resida aquí y pierda toda su documentación con las molestias que eso le acarrearía. Si se la llevo a la policía, es posible que encuentre más dificultades para recuperarla que si se la entrego en mano. Llámele usted y dígale que le espero en la puerta de su casa…
- Anote… -finalmente, la operadora decidió fiarse del desconocido buen samaritano-.

Tras agradecerle el gesto, el hombre cuelga y llama al teléfono que le han facilitado…
- Diga… -Acento árabe-.
- ¿Mohamed?... ¿Ha perdido algo?... –Un breve silencio (quizás de sorpresa)-
- La cartera…
- Venga a la puerta de su vivienda y se la entregaré.

Dos minutos más tarde aparece al fin un chico joven, de no más de 25 años, sudoroso por la carrera… O por el susto.
Se acerca al coche y el hombre le pregunta:
- Mohamed , ¿qué más? –para cerciorarse de que el chico es el verdadero propietario de la cartera, aunque por la foto del DNI ya sabe que es él-.
El chico enuncia sus apellidos y tras comprobar el hombre que son los mismos, le entrega la cartera diciéndole:
- Tiene el mismo contenido que cuando la hemos encontrado en el cajero, pero he tenido que buscar el modo de ponerme en contacto con usted, así que observará que todo está revuelto…
- No me importa el dinero –dice un rejuvenecido Mohamed, que comprueba que no le falte nada-, sólo la documentación: carné, permiso de residencia… Me han evitado un gran susto. Muchas Gracias.

El hombre, la mujer y la hija de ambos, se despiden de Mohamed y emprenden su regreso a casa, dejando a un hombre que durante un rato largo se enfrentó a lo que debió ser una de sus peores pesadillas. En tierra extraña y sin papeles.

Seguramente a ustedes (como a mí), nos hubiera preocupado el dinero, pero a este inmigrante sólo le importaban sus papeles. Los que le dan derecho a seguir buscándose la vida, lejos de su tierra, pero con gentes entre las cuales ha conocido hoy buenas personas. Y eso que son infieles,… Cristianos.

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No hablar por no ofender

Las salidas de tono de Risto Mejide, son bien conocidas por todos. No es preciso enumerarlas ahora una tras otra y añadir así más mofa, más humillación y más dolor a quienes tienen la desgracia de ser víctimas propiciatorias de su vocabulario -aparentemente espontáneo, aunque quizás bien estudiado-, generalmente y de manera más notoria, quienes aspiran a ocupar uno de las más importantes puestos en las listas de ventas de discos de este país, más conocidos como ‘triunfitos’.

«La fama cuesta», que decían en aquella popular serie de tv, donde los profesores eran verdaderamente severos, aunque cuando la ocasión lo requería, dejaban entrever sus cualidades humanas, entre ellas la comprensión… A Evaristo Mejide se le suponen también esas cualidades, aunque hasta ahora, que yo me haya dado cuenta, no las ha demostrado ante las cámaras con los concursantes de OT.
Es verdad que la fama hay que ganársela con sangre, sudor y lágrimas, pero para los concursantes del popular concurso, ya no es suficiente con aprender técnicas vocales, coreográficas y demás, que en definitiva, es lo que deberían aprender los aspirantes a dicha fama. No. ahora además, deben sufrir los improperios de este jurado implacable que gusta de adornar su crítica, en muchos casos probablemente acertada, con improperios que fuera de la academia no se atrevería a decirle a nadie en la cara, so pena de que la partieran la suya.
Las cámaras de tv son un buen escudo y los humillados concursantes unos buenos destinatarios para sus dardos envenenados, al fin y al cabo, qué otra cosa pueden hacer sino aguantarlos si quieren seguir adelante… Por eso los concursantes, deben aprender también a poner cara de póker cuando reciben esas lindezas.
Sería bueno, que las cámaras pudieran mostrarnos, además de sus rostros, los colores de su temperatura corporal en las vísceras y en el cerebro, mientras escuchan estas críticas. Quizás veríamos cómo el rojo intenso, el de la furia desaforada, prevalece sobre los otros.

Que sepan cuantos aspiren a concursar en ese programa (o en los que vengan, si está este señor entre los miembros del jurado), que también deberán sufrir de forma estoica el escarnio de este publicista que hasta hace poco, sólo era conocido en su casa a la hora de comer, o sea, por aquellos que se movían en su círculo de amigos, familiares o de trabajo. Quizás, después de todo, aunque la fama tenga un precio no valga la pena pagarlo con una humillación semejante.

Sería bueno que la Organización de OT introdujera en el formato del programa una novedad que le daría bastante morbo: permitir que los concursantes, por mayoría, tuvieran la oportunidad de nominar y expulsar de la Academia a aquellos jurados que no les cayeran bien. Ya está muy visto que en concursos de esta índole, los concursantes sólo se puedan expulsar entre ellos. Así ellos, los alumnos, también nos enseñarían algo. Que la fama cuesta. Y que para ganársela, a veces es mejor no hablar por no ofender.

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¡ Sonrííííe...!

Aunque a menudo nos olvidemos de ello, el coche es una de las mayores industrias del mundo y es por ello también, una fuente inagotable de recursos económicos para los gobiernos: IVA, impuesto de matriculación, impuesto de circulación, impuestos sobre los carburantes, aparcamientos de las zonas azules y, por supuesto, las multas. Si de repente todos tuviéramos un gesto de respeto por el medio ambiente y decidiéramos viajar en bicicleta cada día, nos encontraríamos primero con la imposibilidad de aparcar –siempre podríamos vender el coche- y plantearíamos un serio problema económico a las haciendas públicas, que se hallarían en dificultades para cuadrar las cuentas.

Sería bonito pasear por una ciudad sin coches, pero no quiero pensar en las dificultades de miles de familias que viven directamente del sector de la automoción –fabricantes, vendedores y mecánicos- que pasarían directamente al paro, si solo se vendieran bicicletas. Un horizonte nada probable.

Por lo pronto, a los ayuntamientos se les ha ocurrido un nuevo y cómodo sistema para recaudar y llenar sus arcas, más secas que nuestros embalses. Con ayuda de la tecnología, se han inventado esos coches que se pasean por nuestras calles y que van equipados con dos cámaras fotográficas en el techo, con las cuales pueden tomar imágenes de los vehículos que, a derecha e izquierda, estacionan en doble fila, invaden el carril bus, paso de peatones o zona de carga y descarga.
Con el guardia teníamos una oportunidad de sortear la multa: le decíamos que habíamos parado un momento para comprar tabaco y con un poco de suerte, casi siempre salíamos ilesos del percance… Con el coche equipado con cámaras, no hay oportunidad; antes de de que te des cuenta, te han echado la foto. Después, sólo queda pagar. La evidencia en imágenes, no admite recursos.

Que dejes el coche mal estacionado para acompañar al abuelo al ambulatorio, al niño al colegio o para comprarte un bocadillo, ya no le importa a nadie. Lo que cuenta es recaudar y cuanto más, mejor. El método es más efectivo que el guardia de a pie, al que siempre tienes la oportunidad de intentar convencer.

¡Bravo por nuestros ayuntamientos! Han conseguido darnos otro giro de tuerca. Yo, por si acaso, me pondré corbata cada día y sonreiré de oreja a oreja para salir guapo en la foto. Y además, le pondré un lacito al coche.

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¿Qué pasa con nuestr@s niñ@s?

Esa es la pregunta que, de manera generalizada, nos hacemos los padres: ¿Qué pasa con nuestros niños? ¿Quién se los lleva? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Para qué?

El caso de Mari Luz Cortés, la niña de cinco años desaparecida en Huelva el 13 de enero cuando fue -sola- a un kiosko a comprar una bolsa de patatas, -¿por qué un niño no puede ir sólo al kiosko? pero, sobre todo, ¿por qué una niña de cinco años va sola a la calle?-, se suma a otras inquietantes desapariciones que pesan en nuestro ánimo como una losa.

Esas historias de tráfico de niños para adopciones ilegales y de tráfico de órganos, nos desbaratan la compostura, cuando imaginamos que nuestros pequeños pueden ser sus siguientes víctimas si apartamos la vista de ellos durante apenas un segundo, tiempo suficiente para que un desalmado nos los quite para siempre.

Si el motivo fuera entregarlos a unos padres de adopción ilegales que los quisieran tanto como nosotros (si ello es posible), tal vez nos quedara una frágil esperanza…, pero imaginarlos separados de sus riñones o su corazón -una mujer vendía por internet uno de sus riñones por 250.000 €-, comercializados sin escrúpulos en un mercado sexual asiático o utilizados para esas miles de fotografías de pederastas que trafican con ellas por internet, nos lacera el alma hasta unos extremos que van más allá del límite de nuestra cordura.

Podemos y debemos exigir más vigilancia policial en las calles, pero no podemos pedir un policía para cada niño, porque en realidad no es tan necesario: somos los padres quienes estamos obligados a vigilarles, a no soltarles de la mano ni siquiera cuando vayan a comprar una bolsa de patatas al kiosko de la esquina.

Cada día veo algunas madres que dejan a sus hijos terminar solos el recorrido al colegio, por no andar con ellos 200 metros. Es verdad que se quedan viendo como se pierden en la esquina antes de entrar al colegio, pero… ¿Qué pasa cuando doblan la esquina y sus madres ya no les ven? ¿Llegarán a entrar realmente al colegio?
200 metros, pueden ser el inicio del recorrido de una tragedia.

El cadáver de Mari Luz apareció el viernes 7 de marzo, un día de infarto: ETA asesinó al ex concejal del PSE Isaías Carrasco y la niña fue encontrada flotando en las aguas del muelle de una ría de Huelva. Su cadáver no presentaba –al cierre de este artículo- signos de abusos sexuales. No acabó en los abrazos amantes de unos padres “adoptivos”. No la separaron de ninguno de sus órganos… Entonces, ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Para qué su muerte?

En estos días también, el niño Yeremi Vargas lleva un año en paradero desconocido, alejado de sus padres. ¿Seguirá vivo?

Y yo que tengo sentimientos, pese a que la dureza de estas palabras pueda desmentirlos, noto un vahído familiar en estos casos: siento náuseas... Discúlpenme. Voy a vomitar.

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La vía pública es de tod@s

Según datos recientes, nueve de cada diez peatones cruzaban la calzada por fuera del paso de peatones cuando fueron atropellados. En este sentido, Catalunya registra 7 víctimas por millón de habitantes, mientras que el total en España asciende a 16.

Estos datos, sitúan a España como el país europeo donde más peatones mueren en accidentes de tráfico. Exactamente, 613 muertos en 2006. De ellos, el 91,5% fueron atropellados fuera del paso de peatones. Por eso no quiero ser optimista, pese a que Catalunya sea un lugar más seguro para los peatones que el resto de España.

El peatón tal vez tiene la sensación de que el conductor de un vehículo siempre le verá a tiempo para frenar y evitar la tragedia, pero se equivoca; en 2006 se equivocaron 613 personas… Por lo menos.

En este sentido, estaría bien establecer unos mandamientos de obligado cumplimiento para todos los implicados: conductores y peatones.

Para los conductores:

  • No estacionaré nunca en un paso de peatones.
  • Respetaré el límite de velocidad establecido en cada lugar.
  • A la vista de un paso de peatones, aminoraré la velocidad.
  • En un paso de peatones, seré respetuoso con las personas que quieren cruzar.
  • Si no hay semáforo en el paso, entenderé que los peatones tienen preferencia.
  • Dejaré que los peatones acaben de cruzar, antes de reemprender la marcha.
  • Seré paciente con quienes tardan más en cruzar: ancianos y discapacitados.
  • Al doblar una esquina, tendré en cuenta que alguien puede estar cruzando.
  • Si rebaso un vehículo grande, lo haré con cuidado para evitar sorpresas.
  • Si conduzco un vehículo grande, advertiré del peligro a quienes me rebasen.
  • Pensaré siempre que el peatón sufre las peores consecuencias en un atropello.

Para los peatones:

  • Cruzaré siempre por los pasos señalizados.
  • Cruzaré solo cuando el semáforo me lo permita.
  • Aun con preferencia, al cruzar me aseguraré de que el vehículo está detenido.
  • Antes de intentar cruzar, me aseguraré de que los conductores me han visto.
  • Si cruzo con niños o animales, me aseguraré de llevarlos bien sujetos.
  • Intentaré evitar cruzar por delante de un autobús o camión.
  • Si el vehículo viene muy deprisa, no intentaré siquiera cruzar… Por si acaso.
  • Manifestaré a los conductores mi intención de cruzar avanzando con cuidado.
  • Me aseguraré bien, antes de cruzar por una esquina.
  • Caminaré SIEMPRE por la acera… Que para eso están.
  • Evitaré cruzar hablando por el móvil. Necesito los cinco sentidos alerta.

Seguir estos mandamientos, nos evitará más de un susto.
Incluso puede que nos salve la vida.

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¿Es infidelidad?

Un año más que cargar sobre nuestras vidas. Parece que lo estrenábamos ayer y ya ha pasado un mes. Verdaderamente, la vida es un suspiro.

Y hablando de suspiros… ¿Quién se acuerda de todos los que exhaló en su juventud?
Seguramente estaban motivados por aquella belleza rubia (o tal vez morena), que nos observaba a través de la ventana, entre visillos de encaje que a duras penas lograban ocultar el ardor de su mirada, pero que seguro no impedían que le llegase nuestra desazón por aquel sentimiento indescriptible que nos sacudía el alma como un latigazo mientras jugábamos, y nos hacía perder la concentración y más tarde el sueño. ¿Dónde estará ahora? ¿Qué hará? ¿Se acordará de nosotros? ¿Nos dedicará al menos uno de los últimos pensamientos del día, lo mismo que hacemos nosotros?

Verdaderamente, somos muy injustos. Y poco sensibles. Olvidamos con mucha facilidad a las personas para las que hemos sido tan importantes y a las que fuimos capaces de imbuir el primer sentimiento de amor. ¿O tal vez solo era una ilusión?

En cualquier caso, ese primer acercamiento a lo más parecido al amor que conocimos en la edad más tierna de nuestras vidas, bien merece que le dediquemos al menos un nostálgico recuerdo de tanto en tanto. Aunque solamente sea por lo que pudo haber sido y no fue. ¿O será eso una infidelidad?

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¿Qué piensas al respecto...?

Según UNICEF, existen aproximadamente 246 millones de niños y niñas que trabajan. De ellos, casi tres cuartas partes (171 millones) lo hacen en situaciones o condiciones de peligro, como por ejemplo, en minas o manipulando productos químicos y pesticidas en tareas agrícolas o manejando maquinaria peligrosa. Trabajan en el servicio doméstico en casas particulares, como obreros tras los muros de las fábricas u ocultos a la vista en las plantaciones.

Millones de niñas trabajan en el servicio doméstico y en la asistencia doméstica no remunerada. Muchas otras pueden ser víctimas del tráfico de menores (1,2 millones), forzadas a trabajar en condiciones de servidumbre u otras formas de esclavitud (5,7 millones), obligadas a ejercer la prostitución o a trabajar en pornografía (1,8 millones), u obligadas a participar en conflictos armados (0,3 millones) u otras actividades ilícitas (0,6 millones). No obstante, la inmensa mayoría de los niños y niñas que trabajan (el 70% o más) se dedican a la agricultura.

En Asia y el Pacífico trabajan 127,3 millones de niños de entre 5 y 14 años. En África subsahariana existen 48 millones de niños y niñas que trabajan. En Latinoamérica y el Caribe trabajan aproximadamente 17,4 millones de niños. El 15% de los niños y niñas de Oriente Medio y África septentrional trabajan. En los países con economías industrializadas existen aproximadamente 2,5 millones de niños y niñas que trabajan.

El mes pasado conocimos el caso de unos padres que matricularon en un colegio de Manacor a sus tres hijos marroquíes, aumentándoles en cinco años la edad. Los niños tienen entre 7 y 10 años y, al parecer, los padres intentaban acelerar su etapa escolar para adelantar su incorporación al mercado laboral.

Es Año Nuevo. Tenemos mucho tiempo por delante para cambiar las cosas. Dígame lo que ha sentido leyendo estos datos y le diré lo cerca o lejos que estamos de conseguirlo.

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♫ Navidad, Navidad… ♫

¡Pues qué quieren que les diga…! A mí, sí me gusta la Navidad.
Será por el encanto especial que tienen las calles en esas fechas… O será porque da gusto ir a comprar y comprobar cómo los comerciantes “se lo han currado” para meterte por los ojos todas esas cosas que no necesitas, pero que acabas comprando… ¡Qué más da! ¡Es Navidad!

También me gusta porque, al menos una vez al año, nos proponemos ser mejores con la gente de nuestro entorno y, aunque pasada la fecha no nos acordamos, eso nos hace mejores de lo que ya somos. Porque es Navidad.

Y me gusta por los villancicos (cuándo los íbamos a cantar si no…) y por los turrones y por las comidas y cenas de familia (en las que siempre acabamos discutiendo)… Y porque hace frío y de vez en cuando nieva (donde no lo hace nunca, claro) y porque tenemos paga extra y porque los precios se vuelven extra-or-di-na-rios (¡pero qué demonios! Para eso es la paga extra, ¿no?) y… Y por supuesto, me gusta por la visita de los Reyes Magos (que nunca nos dejan lo que de verdad necesitamos) que, como no dan abasto, se ven precedidos por Santa Claus, que nos hace concebir tras su visita, que tal vez todavía queda esperanza.
Y me gusta por tanta superficialidad. Porque en Navidad, algunos comen hasta reventar mientras otros siguen su rutina diaria: pasar hambre ¡También en Navidad!

En casa nos reuniremos bien calentitos pero en la calle, los bancos y los callejones se atiborrarán de esos desgraciados que combaten el frío envolviéndose en papel de periódico: el abrigo de los pobres, la moda que no pasa de moda.

Y finalmente, me gusta porque cada Navidad tenemos una nueva oportunidad para arreglar las cosas: la Navidad siguiente…

♫ Navidad, Navidad, Dulce Navidad… ♫

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Señales de humo

"Las principales operadoras de telefonía móvil (Movistar, Vodafone y Orange) podrían ser sancionadas con el 10% de su facturación por pactar la subida de las tarifas de interconexión, una estrategia con la que habrían pretendido recuperar las pérdidas por las ganancias del redondeo..." (valga el juego de palabras). A ver si es verdad que alguien nos defiende.

El 22 de mayo pasado, llamo a Orange Móviles para solicitar una portabilidad (un traslado de mi número contratado con otro operador). Me adjudican el número de solicitud 220507TM46795, informándome de que recibiré una documentación que deberé rellenar con mis datos (bancarios, personales y eso…) y que en unos días, pasará a recoger un mensajero.
¡Qué bien! Todo son facilidades y comodidades.
Pasan los días y el mensajero no viene. Llamo no menos de 12 veces en tres semanas para indicar que sigo esperando el mensajero… «…que no me preocupe. No habrá podido. Ya pasará.»
Un mes más tarde (el mensajero nunca vino), recibo un mensaje en el móvil: «Tu pedido se ha cancelado. Llama al 900…» Así. Fríamente. Sin una llamada para averiguar qué ha pasado. Y eso que es un operador de telefonía…
Llamo y me dicen que al no haber recibido la documentación firmada, la solicitud ha sido anulada. Cara de pasmo. O sea, que me quedé a cuadros.
El 30 de Julio, recibo una llamada de Orange diciéndome si sigo interesado en el asunto…
Mi respuesta: “Si Orange fuera la única operadora de telefonía móvil, yo me comunicaría con señales de humo”.
Ahí queda la queja… Por si sirve de algo.

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Cuestión de perspectiva

La foto: Un conductor es cazado por un radar mientras conduce por una autovía circulando a 100 km/h, en un tramo donde la velocidad, está limitada a 80 km/h. La foto no deja lugar a la duda: es un mal conductor; se merece la sanción económica y la retirada de varios puntos de su permiso de conducir.

El cuadro: El conductor circula al límite de la velocidad permitida e inicia una maniobra de adelantamiento a un tráiler, por el carril de la izquierda. Otro vehículo, conducido por un impaciente amigo de la velocidad, se sitúa a tan solo 10 metros de la parte trasera del vehículo de nuestro conductor, a una velocidad de 100 km/h. Le siguen otros imprudentes como él.

En ese momento, dos señales de tráfico (una a cada lado de la calzada), limitan la velocidad, "sin motivo aparente", a 80 km/h. Unos 20 metros más allá, una placa avisa de la existencia de un radar. Nuestro conductor apenas ha rebasado la mitad de la longitud del tráiler y ve las señales. Su primer impulso, es frenar para reducir así los 20 km/h. en que excede el límite permitido, pero debe hacerlo con un frenazo brusco. En centésimas de segundo, mira por el retrovisor y ve al conductor impaciente lanzado a 100 km/h y a los otros vehículos en procesión tras él… Mira ante sí y vislumbra el panel tras el que, presumiblemente, está instalado el radar y toma una decisión: que sea lo que Dios quiera. Si frena, la catástrofe está asegurada; si no lo hace, la Administración será implacable. Pasa el radar, circulando 20 km/h por encima del límite establecido. Termina la maniobra de adelantamiento y se sitúa delante del tráiler. Por el carril de la izquierda, los conductores impacientes consiguen, sin saberlo, una foto y quizás salvar la vida.

Nuestro conductor, sonríe con amargura. Está claro que el radar no ha sido puesto para evitar accidentes, sino para recaudar a costa de los imprudentes y de los prudentes.
Ahora lo sabe: la reducción del límite de velocidad y la existencia del radar, son una trampa para cazarle. Y le han cazado. Está indefenso, pero contento de haber evitado una tragedia.

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