domingo, 1 de enero de 2012

No hay mayor tesoro.

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A través del cristal de la ventana, la mañana de Año Nuevo no puede ser más tranquila.
Exceptuando la media docena de jóvenes —afortunadamente ya se marcharon— que rompieron con sus gritos continuados el descanso de quienes nos acostamos tarde, la presencia de personas en el parque es poco significativa, si se exceptúa a quienes salen con un perro forzado a depositar sus excrementos en cualquier rincón, donde permanecerán expuestos a la ciudadanía hasta que las brigadas de limpieza municipal se los lleven con la escoba... Espero que hoy mismo.

La noche ha sido larga y festiva; todos teníamos algo que celebrar, aunque fuera el final de un año calamitoso en lo laboral y económico, que preludia otro largo tiempo en las mismas circunstancias, puede que incluso más duras. Sin embargo, las tradicionales 12 uvas de la suerte han sido deglutidas con la esperanza de que la fortuna al fin nos acompañe, cosa que ya toca. Quién sabe si a Rajoy no le habrá dejado Santa Claus una varita mágica —de esas de los cuentos— con la que poder hacer magia, porque vamos a necesitar mucha.

Con la taza de cappuccino humeante en las manos, que poco a poco van entrando en calor, me regocijo ante tanta calma; hay pocas cosas que me gusten y a la vez tema tanto como la tranquilidad y la soledad. La vida poco a poco volverá a recuperar su ritmo cotidiano, pese a que hoy sea un día fuera de lo corriente, si lo medimos con las reflexiones que casi todos hacemos para este período largo que nos aguarda acechante y que tal vez el próximo año, un día como hoy, nos alegremos de haber dejado al fin atrás.

Aprieto un poco más el recipiente, como si quisiera extraerle todo el calor, y saboreando despacio el sabor de su contenido, observo la quietud del parque mientras imagino el frío que debe hacer al otro lado del cristal, que me responde con la neblina provocada por mi respiración.

— Feliz Año Nuevo.

El saludo me rescata de mi abstracción y me devuelve al presente, arrancándome de un lugar en el que me había perdido momentáneamente.

— Buenos días y Feliz Año Nuevo también para ti. ¿Es un día de resaca?

— No. Sigo fiel a mis principios de no permitir que el alcohol me haga cambiar el rumbo, para recuperar la cordura con la boca llena de arena y la sensación de haberme perdido en el desierto.

— ¡Ja, ja, ja! Creo que nadie lo hubiera definido mejor. Me alegra verte de nuevo. Hacía mucho tiempo que no teníamos oportunidad de intercambiar impresiones frente a frente...

— ¡Cosas del trabajo! Estar tanto tiempo lejos, ausente de la familia y los buenos amigos tampoco me gusta, pero las necesidades crean servidumbres que no podemos eludir. Tú sabes bien de qué te hablo.

— Sé a qué te refieres, en efecto. Supongo que te apetecerá un café... Sírvete con absoluta confianza. Estás en tu casa, ya lo sabes.


Mientras te afanas en preparar un café con el que reconfortar tu estómago, me concentro en la idea de lo importantes que son las amistades —las buenas, las sinceras—, esas mismas de las que he perdido unas cuantas en el año que terminó ayer.

— ¡Delicioso! Un día me tendrás que decir cuál es la marca del café que compras...

— La marca no es lo que lo hace sabroso, ya lo sabes, sino la compañía con quien lo tomas.

— Así es. Y dime... ¿Has dejado muchas cosas atrás el año pasado?

— ¡Muchas, ciertamente! Algunas quizás recuperables... Otras no tanto.

— ¿Cosas de relevancia? ¿Imprescindibles?


¡De mucha relevancia! —Pienso con un deje de tristeza— Cómo si no calificar la huida precipitada de algunos de los que hasta ahora consideré verdaderos amigos..., Más que eso hermanos.


—La verdad es que sí —te contesto con un suspiro—. Pero si en otro tiempo me hubiera sorprendido la actitud de determinadas personas, ahora ya no es tan fácil cogerme desprevenido. Aun así, es triste constatarlo y cuesta hacerse a la idea.

— ¿Así que han sido personas, eh?

— Personas a quienes nunca imaginé dándome la espalda, la verdad. Pero después de todo, los verdaderos amigos deben ser como la sangre, que acude a la herida antes de que la llamen; si un amigo no es así, supongo que no es un amigo de verdad y carece de importancia entonces lamentar su pérdida y luchar por recuperarlo, ¿no?

— Coincido plenamente contigo. Mejor no tener amigos, si estos han de vivir aguardando los más leves resquicios que dejan las circunstancias para emprender la huida. Deja que me prepare otro café... ¡Está bueno! Tendré que venir más a menudo.

— Espero que cumplas lo que dices.


No tanto lo que has dicho, sino cómo lo has dicho, me ha hecho sonreír. Y esa es una de las misiones fundamentales de los buenos amigos: hacer a las personas que les tienen en tan alto concepto disfrutar de los buenos momentos, amén de apoyarles en aquellos otros que representan un trago de difícil digestión. Hay por el contrario personas, que experimentan un gran placer en demostrar que profesan una gran amistad, pero a quienes en cambio no las mueve más interés que encontrar el mayor número de beneficios o agasajos por aparentarla.


—Y dime, ¿dejarás que una pérdida tan insignificante marque el camino de tu vida?

— ¡Ni por asomo! Al no tener que diversificar los sentimientos entre tantos, podré repartirlos en mayor abundancia entre quienes realmente lo merecen y esperan.

— ¡Ojalá te acuerdes de mí entonces...!


Viniendo de otras personas, el comentario jovial que has expresado antes de darle un trago pausado a tu café, hubiera hecho encenderse las luces de mis alarmas al considerar sus dudas, pero tú eres una persona sin doblez y de corazón generoso no marcado por otra cosa sino por la sinceridad; no esperas nunca nada, pese a que eres capaz de darlo todo sin dosificar las cantidades. Eso te convierte en la mayor riqueza que alguien como yo pueda anhelar. Tú eres en quien pensó aquel que dijo que “quien tiene un amigo tiene el mayor tesoro”. Y pensándolo mejor ahora, ¡para qué quiero a nadie más ocupando hipócritamente ese espacio, reservado solo a quienes se mueven por la vida intentando hacer las cosas más alegres y fáciles a su alrededor!




De repente he presentido que los acontecimientos del año recién enterrado, —como los de este mismo que hoy comienza— pronto serán olvidados y sustituidos por otros más enriquecedores, a la vez que capaces de dejar una huella profunda e imborrable en mis recuerdos. Siento que tengo un año entero por delante para conseguirlo y todavía más: tengo el resto de mi vida aguardando, liberada al fin de las ataduras que durante muchos años me han mantenido esclavo de una falacia.

Aquello que siempre creí, en realidad nunca fue; al fin lo he comprendido. Ahora solo me hace falta tiempo, pero no demasiado.


— Hoy te quedas a comer —te digo en un tono que no permite objeciones—.

— ¡A la orden! —me contestas con un cierto aire marcial, que sin embargo no puede ocultar la alegría que sientes por compartir un rato más largo conmigo y con mi familia —que también es la tuya—, hoy que es un día especial, porque los verdaderos amigos, y tú eres el modelo en el que se fundamenta la Amistad, son el eslabón necesario en la cohesión de los sentimientos y las esperanzas—. Ya sabes que tú solo tienes que pedir, que yo no haré otra cosa sino complacerte.


No necesito más de ti que saber que estarás ahí siempre, como la sangre aguardando la herida; como el hombro en el que alguien se puede apoyar cuando todos los demás ya le han abandonado.


—Pues vamos a la cocina para que puedas informarte ampliamente del menú. Aunque ya sabes que lo de menos es lo que comas, sino en compañía de quiénes lo hagas.



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