martes, 1 de octubre de 2013

Las malas hierbas


Llevamos largo rato discutiendo sobre la muerte de la pequeña de 12 años Asunta Basterra, hallada en una pista forestal del municipio coruñés de Teo, próximo a Santiago de Compostela, sin haber conseguido hasta el momento ponernos de acuerdo.



Como ya me tienes acostumbrado a tu proverbial furiosa intransigencia con maltratadores, violadores y asesinos de niños, he optado por buscar en ti ese punto de reflexión que, aunque en ocasiones tarde, siempre acaba por emerger a la superficie, tras que desde lo más profundo de tus vísceras solo escapara la bilis que a todos nos produce ganas de vomitar intensamente.



A duras penas estoy consiguiendo contener las mías, ante esta nueva muerte imperdonable que a todos nos ha vuelto a llenar de horror y asco.



Que los responsables de la muerte de la niña hayan sido, como todos los indicios señalan, sus padres adoptivos, el periodista Alfonso Basterra y la abogada Rosario Porto, y que presumiblemente lo hayan hecho por los bienes que el abuelo dejó en posesión de Asunta, no hace sino hurgar todavía más en nuestras conciencias, llevándonos hasta el límite mismo de lo que nuestra humanidad nos aconseja.

—¡Deberíamos tener unas condenas como las que tienen los norteamericanos para casos parecidos…! Y aun así, no sería bastante severa para quien mata a un niño.

—Te recuerdo, que en Estados Unidos se da uno de los mayores índices de criminalidad del mundo y que en muchas ocasiones, los menores continúan siendo agredidos o asesinados por el demente de turno… Parece que la pena de muerte no produce ningún temor a determinados sujetos.

—¿Te parece justo que la niña haya muerto para siempre y que los responsables acaben en una cárcel de máxima seguridad, viviendo a todo confort durante unos pocos años, para acabar saliendo dentro de nada por buena conducta y porque digan estar arrepentidos?

—No. No me parece justo, pero hay que aplicar la ley tal como está escrita.

—¿Qué te apuestas a que al final saldrá a relucir algún atenuante de culpa por el que no se les pueda aplicar la condena máxima?

—La verdad es que no me extrañaría nada, pero quiero confiar en que la justicia velará por la niña… Aunque para ella no existan ya esperanzas de una vida llena de sorpresas, del primer beso de amor, de la emoción por ser madre o del regocijo por las risas y abrazos de sus nietos.

—Al contrario que tú, yo creo que no hay justicia en este mundo. Por eso, les adornaría la celda con unas cuantas fotos de Asunta que no pudieran arrancar, así podrían verla de día y de noche hasta que su mirada inocente acabara por desquiciarlos de verdad.

La amargura derramada en tus últimas palabras, unida a ese brillo intenso y húmedo en tus pupilas, me dicen que ha llegado el momento de cambiar de tema, pero será dentro de unos minutos, tras tomarnos un aromático café que me apresto a preparar.

A la vez que cargo la cafetera, pienso en esa idea bastante extendida acerca de que solo quien puede parir sus hijos sabe cuánto duelen y cuánto se les ama… Idea con la que no comulgo en absoluto. Pero por si finalmente se demuestra que la nena fue asesinada por sus padres adoptivos y alguien afirma que de haber sido sus padres biológicos no la habrían matado, le recordaría una cita de Schiller: «No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos.» [...] Sigue leyendo

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